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Tras haber almorzado con mi esposo, nos despedimos en la entrada, como siempre, y volvemos a nuestras respectivas labores

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Tras haber almorzado con mi esposo, nos despedimos en la entrada, como siempre, y volvemos a nuestras respectivas labores.

Vislumbro frente a mi despacho a una estudiante aguardando junto a la puerta. Es de estatura mediana, tés pálida, cabello rojizo, y su estilo asemeja al de mis vecinos. No recuerdo haberla visto antes.

—¿Usted es el consejero? —pregunta con sequedad, al verme.

—Así es —sonrío—. ¿Eres nueva?

—Necesito un consejo.

—Bien. Bien, bien. Adelante —le cedo el paso, luego de abrir la puerta.

Cojo mi libreta y pluma, y tomo asiento, de piernas cruzadas.

—Por favor —le señalo la silla frente a mí, y obedece—. ¿Cuál es tu nombre, linda?

—Dorothee Grant —responde, sin evadir el tono hostil.

—¿Eres nueva en el colegio? —insisto.

—No.

Frunzo la boca.

—Lo pregunto porque no pareces alguien que olvidaría fácilmente.

—Nunca salgo de mi aula. Ni siquiera en los ratos libres. Prefiero leer o estudiar.

—¿Qué edad tienes?

—¿Eso es relevante?

—Bastante, en realidad.

—Quince. ¿Ahora menospreciará mis problemas?

—No hasta oír lo que tengas que decir —respondo, anotando—. Ahora cuéntame qué te trae por aquí. ¿En qué puedo aconsejarte?

—¿Cómo dejo de odiar a la gente?

Sonrío. Adoro este tipo de casos: cuando los pacientes toman la iniciativa para cambiar.

—Primero dime por qué odias a la gente.

—Todos son idiotas. Ovejas que siguen modas absurdas; que se creen superiores a otros; que no abren los ojos y ven cómo el mundo se desmorona.

—Primero que nada, debes entender que no todas las personas son iguales. Hay gente buena, mala...

—¡Sí, pero mis compañeros de clase son todos unos...! —me interrumpe.

—Calma —corto esta vez—. Déjame proseguir.

»Como decía: hay quienes están más que conscientes de los problemas de allá afuera, y hacen algo al respecto. Hay gente que lucha por los derechos de otra gente; quienes procuran el ecosistema... Y hay otra gente que respeta los gustos de otros, aun pensando que lo que les gusta es por moda —le sonrío. Ella frunce el ceño al captar la indirecta—. Pienso que tu disgusto se reduce a tu entorno social y familiar. Quizá no has tenido una buena experiencia en alguno de los dos. O quizá en ambos.

La desdichada vida de Desmond GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora