Capítulo 29

1.1K 140 11
                                    

La voz se ha corrido prácticamente por toda la escuela. Todos actúan cautelosamente, y se cuchichean cosas entre sí. Supuestamente la huelga dará inicio en pocos minutos, y estoy nervioso. No debí abrir la bocota. Esto va a salirse de control, y tendré que cargar con la culpa.

—¿Listo, Ed? —me pregunta Fred, dándome un suave codazo en las costilla.

—Sí... estoy... Sí —le respondo, inseguro. Él me sonríe, y se adelanta a la salida. Únicamente me quedo parado junto a mi casillero, observándolo irse, junto con otros compañeros. Frunzo la boca, y me doy la vuelta, dispuesto a buscar a Dorothee.

Después de varios minutos, la encuentro en el jardín, sentada en una banca, leyendo tranquilamente. El patio y los pasillos están vacíos. Algunos grupos están en sus aulas, y otros (la mayoría), han salido al patio delantero, para manifestarse. Será una huelga pacífica, la cual consistirá únicamente en negarnos a asistir a clases, mientras no le devuelvan al señor Grimm su empleo, y echen a McAllister.

—¡Psst! ¡Doro! —la llamo, acercándome a ella. Levanta su vista del libro, y me mira. Después esboza una pequeña sonrisa burlona que me enfada.

—No digas nada —sentencio.

—No iba a hacerlo —responde con sorna—. Luther King. —Se echa a reír en voz alta.

—¡Cierra la boca! Sabes que yo no... ¡Fue una broma! ¡No pensé que se lo fueran a tomar en serio!

—Vaya broma —vuelve su vista al libro. Me siento a su lado, y suelto un pesado suspiro.

—Cuando los profesores se den cuenta de lo que pretendemos, tomarán represalias. Ya me imagino la expresión de McAllister —me lamento.

—Muero por ganas de ver eso —dice Doro sin levantar la vista—. Y por que pregunte quién fue el autor intelectual.

—Suerte la mía de tenerte como amiga —digo con sarcasmo—. No me quiero imaginar qué pasaría, de lo contrario.

—No te apures, te trataría igual.

Inflo los cachetes, y desvío la mirada. Vislumbro  a lo lejos, bajo un árbol, al hijo del señor Grimm. Pero no está solo: está con Jaz. Me parece que estudian juntos, pero verlos reír y mirarse como lo están haciendo me hace sentir... molesto. Sé que le dije al señor Grimm que la había superado, pero sé que, en el fondo, nos mentí a ambos.

—Mira —le doy un suave codazo a Doro, para captar su atención.

—¿Qué? —levanta la mirada.

—Es el hijo del señor Grimm —señalo. Ella lo ve, con los ojos bien abiertos.

—¿Del señor Grimm, dijiste? —inquiere, incrédula.

—Así es. Él mismo me dijo, antes de irse, que estudiaría acá. Incluso me pidió hacerme su amigo, pero... no he hablado con él.

—El señor Grimm y tú se llevaban bastante bien, ¿no es así?

—En efecto —asiento, orgulloso.

—Su hijo es bien parecido, pese a no parecerse a él —comenta—. Y, por lo que veo, es todo un casanova. ¿Será igual de encantador?

—No lo sé —respondo con sequedad, desviando la mirada.

—¿Por qué ese repentino cambio de aptitud? —voltea a verme, con una ceja arqueada.

—No sé de qué me hablas —me hago el entendido.

—Hmm... ¿Tendrá que ver con la chica que acompaña a...?

La desdichada vida de Desmond GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora