Capítulo 17

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Mi tío está quedándose en casa de papá. Como soy «muy joven» para comprender estos temas, no quiso darme explicaciones. Pero me doy una idea.

Escuché todo lo que hablaron el otro día.

Y sí, es un asunto delicado; no lo culpo por no querer decirme nada. Mi tío metió la pata lo más profundo. Él me agrada... un poco. Es un buen hombre, aunque me cansa un poco lo quisquilloso y positivo que puede llegar a ser. La casa de papá está reluciente y ordenada. Suerte que la única copia de la llave de mi habitación, la llevo siempre conmigo, si no, ahora mismo estaría irreconocible.

Sé que está triste. Devastado. Puede que siempre mantenga una amplia sonrisa en su rostro, pero es pésimo para disimular su tristeza. Tiene sus razones: su matrimonio se fue al carajo. Ni siquiera puede estar bajo el mismo techo que su esposo e hijo. Ni siquiera sabe cuándo podrá volver.

O si podrá volver.

Es más triste porque las fiestas Decembrinas se acercan, y quizá la pase en este lugar deprimente, en vez de con su familia. En lo personal, estas fechas me son indiferentes; para mí, son como cualquier otro día del año. Pero, por lo que veo, a mi tío le importan demasiado. Ni siquiera es diciembre, y ya compró adornos para la casa de papá; obviamente, él no está muy contento que digamos por ello.

Ahora me encuentro en la sala ayudando a mi tío a desenredar las luces, obligado por papá, mientras él habla por teléfono en la cocina por asuntos de trabajo, y su asistente, Barry, revisa unos papeles en la mesa. No entiendo bien su trabajo, y ni siquiera me molesto en averiguar sobre él.

Igual se ve más chévere que lo que hace el novio de mi mamá. Él es un simple contador. Es tan ñoño.

Como mi tío; pero, al menos, mi tío no se la pasa hablando de números, y no colecciona estampillas y tarjetas de baseball.

—Terminé —dice mi tío, extendiendo las luces—. ¿Cómo vas, Viktor? —me pregunta.

—Amm... Ya casi termino —miento. Ni siquiera voy a la mitad.

—¿Tu madre pone adornos en su casa? —me pregunta, sacando otro juego de luces enredado de la caja de adornos

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—¿Tu madre pone adornos en su casa? —me pregunta, sacando otro juego de luces enredado de la caja de adornos.

—Sí. Ella y Dave los ponen, pero lo hacen a mediados de diciembre...

—¿Por qué no los ayudas?

—Me son indiferentes estas fechas, tío —admito.

—¡Pero son geniales! ¡Poner los adornos es divertido! ¡Y la comida! ¡Las películas! Pasarla en... familia... —de repente, su semblante cambia a uno triste unos segundos, pero después lo reemplaza con una sonrisa—. ¡Y los regalos!

—Mmm... sí, qué divertido todo eso... —digo, sarcásticamente—. Ahora que no estás en tu hogar... ¿no adornarán su casa este año? —me arriesgo a preguntar.

La desdichada vida de Desmond GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora