Capítulo 30

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Logro ingresar a urgencias, con el corazón latiendo frenéticamente, y vislumbro a Hellen sentada en la sala de espera. Me acerco rápidamente hasta ella, y, al verme, se pone de pie, y se lanza a llorar en mis brazos. Al verla en ese estado, temo lo peor.

—Señor Grimm... la señora...

—Hellen, cálmate, por favor —la tomo de los hombros, mirándola de frente—. Dime qué pasó. ¿Tienes noticias de ella?

—Estábamos viendo la televisión en su sala... —gimotea—. De repente comenzó a sentir un fuerte dolor en el pecho... gritaba del dolor... se pudo pálida... Luego dejó de respirar... Inmediatamente llamé a la ambulancia, e intenté hacerle RCP mientras... Estaba desesperada; ella no respondía. Después la trajeron aquí, pero no me han dicho nada —solloza, con la voz quebradiza, mientras se limpia los ojos con un pañuelo—. Lleva mucho tiempo allí dentro...

Mi estómago está revuelto, y siento punzadas en el pecho. Trato de mantener la compostura lo mejor posible, pero estoy demasiado angustiado. Incluso siento cómo un nudo quiere formarse en mi garganta.

—Tomemos asiento, ¿sí? —le señalo la hilera de sillas, y ambos nos sentamos en dos de ellas—. Esperemos noticias. Sólo... recemos por que no sean malas.

Aguardamos en silencio por varios minutos que parecen eternos, hasta que veo a un médico acercarse. Su rostro no me gusta nada.

—¿Familiares de Anastasia Grimm? —pregunta, en voz alta. Me pongo de pie rápidamente, nervioso.

—Soy su hijo —le respondo al médico—. ¿Qué pasó? ¿Cómo está mi madre? ¿Se pondrá bien? ¿Está grave?

—Señor —suspira—... su madre... —niega con la cabeza—. Hicimos lo que pudimos, pero no sobrevivió. Lo siento mucho.

Es como si, de un momento a otro, todo a mi alrededor estuviese yendo en cámara lenta. Mis ojos se vuelven cristalinos, y el nudo en mi garganta cada vez es más difícil de contener. Mamá está muerta. Se ha ido, y sé que una parte de mí se fue con ella también.

Los sollozos y gritos desconsolados de Hellen me hacen volver en sí. Ella llora frenética por mi madre, con ambas manos en el rostro. Únicamente bajo la mirada, parpadeando un par de veces, y dejando escapar unas débiles lágrimas.

—¿Puedo verla? —le pregunto al médico, mirándolo fijamente a los ojos, suplicante.

Él asiente, y lo sigo hasta la habitación en la que yace mamá. Me pide calma y discreción, y me deja a solas. Suspiro antes de abrir la puerta, y, al entrar, la veo tendida sobre la cama, con los ojos cerrados; pálida, frágil, fría e inmóvil. Quiero creer que sólo está dormida, y en cualquier momento despertará. Me duele en lo más profundo saber que no es así.

Pido al lector visualizar ahora mismo la escena de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: parte 2, en la que Snape llora desconsoladamente la muerte de Lily; pues a eso se asemeja mi situación actual. Puede que esté siendo dramático para algunos por el hecho de tirarme al suelo a llorar y gritar, pero sólo quiero que comprendan: era mi madre; la mujer que me dio la vida; que me crió desde pequeño; que me dio todo su amor y cariño; que me inculcó buenos valores; que siempre me apoyó... la mujer que ahora no está, y no dejó más que su ausencia. Sumen esta desgracia al resto de eventos desafortunados que me han sucedido en los últimos días. Este es el momento perfecto para desahogar todo lo que siento.

Guardias —incluso médicos—, que me escuchan gritar, me sacan a la fuerza de la habitación. Estoy fuera de control. Como me resisto, hasta el punto de recurrir a la violencia, uno de los médicos me inyecta algo en el cuello que me adormece el cuerpo. Inmediatamente todo comienza a nublarse a mi alrededor.

La desdichada vida de Desmond GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora