Dicen que el tiempo lo cura todo; y debo hacer énfasis en la palabra «dicen», porque el tiempo parece más un enemigo que un aliado en mis circunstancias.
Todos los días es la misma rutina: despertar en una cama vacía; llorar por casi media hora en la regadera; desayunar con mi hijo rebelde, el que apenas me respeta; ir a mi aburrido empleo; e ir a almorzar con mi novio, quien apenas me interesa, fingiendo escuchar atentamente cada una de sus tediosas anécdotas.
De hecho, justo ahora, camino a mi aula, recibo el mensaje de Emmanuel avisándome que me recogerá para ir a almorzar más tarde.
Guardo mi celular en mi bolsillo, y ma adentro al aula. La clase transcurre con normalidad. Sólo repasamos el tonto tema de la circunferencia, para el próximo examen.
—Frank —le hablo a uno de mis alumnos—, ya que andas muy platicador, ¿puedes decirme cuál es el siguiente paso para resolver el problema? —le pregunto, señalando la pizarra con mi marcador, mientras lo observo fijamente.
—Cómo no, profesor. Hay que utilizar la fórmula del binomio al cuadrado, para resolver la ecuación en su forma general —responde.
Algunos chicos hacen sonidos de asombro, y unos cuántos se burlan de profesor que quedó como estúpido, mientras que Frank, muy ufano, sonríe. A veces por eso ni me molesto en llamarles la atención; me afectan mucho las situaciones como esta.
—Mmm... correcto... Deja de platicar, por favor. Distraes a tus demás compañeros. —Vuelvo la vista a la pizarra, y continúo explicando el problema.
Horas más tarde, ya me encuentro con Emmanuel en su vehículo, rumbo a un restaurante dónde almorzar. Yo miro a través de la ventana, mientras lo oigo hablar sin escucharlo realmente. El cielo está nublado; le da un aspecto pacífico y melancólico al día.
—¿Estás bien? —me pregunta Emmanuel, al notarme tan taciturno.
—Sí, sólo... me gusta cómo se ve el cielo —le respondo, sin apartar los ojos del cielo gris.
—Espero que no llueva. No traigo paraguas, y soy una red andante de virus.
—¿Adónde me llevas? —le pregunto, esta vez dirigiéndole la mirada.
—Es un lugar nuevo que abrieron en el centro. Te encantará —sonríe, sin apartar la vista del camino.
—Espero que no sea muy caro. Detesto que gastes tanto en mí...
—Bebé, no te preocupes —toma mi mano—. Vales cada centavo que gasto. Además, esta ocasión es especial porque te tengo una sorpresa aguardando.
—¿Una sorpresa? —elevo ambas cejas—. ¿De qué se trata?
—¿Quieres que la arruine? —ríe.
Después de un rato, llegamos al lugar. Es un establecimiento amigable y elegante. Siento que es demasiado, para ser un simple almuerzo.
Ambos tomamos asiento, y ordenamos. Mientras, charlamos, hasta que llegan los pedidos.
—¿Qué tal estuvo el trabajo? —me pregunta Emmanuel.
—Ya sabes, como siempre: aburrido. Sólo repasamos el tema para el próximo examen —le respondo, con la mirada puesta en mi comida—. ¿El tuyo?
—Le bajé un punto a un mocoso por no estar prestando atención. Extraño cuando se permitía la disciplina física —suspira—. Los niños de ahora son tan frágiles.
—Ajá...
—Aquí están sus postres, señores —el camarero deja dos platos de pastel de chocolate sobre la mesa, y retira nuestros pedidos anteriores.
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La desdichada vida de Desmond Grimm
RomansaADVERTENCIA: este novela te hará pasar muchos corajes. SINOPSIS: Desmond es el cliché de hombre perfecto: sonrisa perfecta, buenos modales, inteligente, porte de caballero, amable, sano, pacifista, felizmente casado con un hombre que lo ama, con un...