Es el día; sólo... el día. El cielo luce melancólico de nueva cuenta, justo en este día especial. En una hora se llevará a cabo la ceremonia, y ni siquiera me he atado el moño; he perdido el tiempo sólo mirando a través de la ventana, admirando el cielo y las aves que vuelan en él, deseando estar en su lugar.
Escucho cómo alguien toca la puerta de la habitación repentinamente.
—Amore mio, sbrigati, si sta facendo tardi. Tutti ci stanno aspettando.
—Sí, ya voy, mamá —respondo, sin apartar los ojos de la ventana.
—Ni siquiera te has puesto el moño, bambino —me riñe, entrando a la habitación—. ¿Qué estás haciendo?
Volteo a verla. Ya está arreglada. Llegó ayer de Italia con mi hermano sólo para asistir a la boda de su hijo.
—Sólo observo el cielo mientras pienso.
—¿Piensas en Desmond? —me pregunta, con voz calmada y maternal.
—No, no estaba pensando en él —frunzo el ceño, al mismo tiempo que cojo el moño de encima de la cama, y lo estiro para colocármelo—. Pensaba en Emmanuel y yo; en Rex; en la boda; en si esto resultará y no terminará desatrosamente de nueva cuenta...
—Amore —me toma de las mejillas, mirándome fijamente con una sonrisa cálida en el rostro—, todo estará bien. No te preocupes por eso ahora; es muy pronto, ¿no lo crees? Lo que pasó antes fue lamentable, pero ya pasó; que aquello no afecte en tu decisión ahora. En pocos minutos estarás casado con la persona que amas. Sólo procura dar lo mejor de ti para beneficio de ambos, ¿de acuerdo?
Asiento, forzando una pequeña sonrisa.
—De acuerdo.
—Apresúrate. —Me da un tierno beso en la frente.
—Sí, en unos minutos estaré listo. ¿Dónde está Rex?
—Abajo, con Franco, esperándonos. Dice que no quiere ir... —menciona, apenada.
—Me lo esperaba. No me dirige la palabra más que para pedirme cosas... —bajo la mirada—. Le diré que se quede, si no quiere asistir. No puedo obligarlo.
—¡Es la boda de uno de sus padres! ¡Debería estar feliz por ti! ¡No es más que un muchachito malcriado! Hablaré con él. Voy a hacerlo entrar en razón; no es justo que te haga esto.
—Déjalo así...
—Hablaré con él —repite con firmeza—. Te esperaremos abajo. —Dicho eso, sale de la habitación, dejándome a solas.
Me vuelvo para verme al espejo, e intento atarme el moño, tratando de recordar los tutoriales que vi anoche de cómo hacerlo. Una vez puesto, procedo a colocarme el saco, y por último una pequeña flor en la solapa derecha de éste. Me acomodo los lentes, y permanezco unos segundos observándome en el espejo.
Un momento más tarde, ya nos encontramos los cuatro en mi auto, conduciendo camino a la iglesia de San Pedro, donde se llevará a cabo la ceremonia. Mi hermano conduce, y mi hijo y mi madre van en los asientos de atrás, en silencio.
—¿Adónde irán después de la fiesta? —me pregunta Franco, al detenernos por el semáforo.
—Emmanuel quiere que vayamos a Hawaii. Nos iremos un par de días solos. Rex se quedará con Desmond, mientras tanto —respondo, mirando a través de la ventana.
—¡Hawaii! —vocifera mamá—. ¡Posto meraviglioso! Tu padre nos llevó allí cuando tu hermano tenía siete. ¿Recuerdas, Franco?
—Sono ricordi diffusi —responde, poniendo en marcha el auto al cambiar a verde el semáforo.
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La desdichada vida de Desmond Grimm
Roman d'amourADVERTENCIA: este novela te hará pasar muchos corajes. SINOPSIS: Desmond es el cliché de hombre perfecto: sonrisa perfecta, buenos modales, inteligente, porte de caballero, amable, sano, pacifista, felizmente casado con un hombre que lo ama, con un...