Capítulo 24

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Sin empleo. Sin mi hogar. Sin mi familia.

El insomnio se apoderó de mí hace días. No paro de pensar en qué hacer. Tengo ahorros para seguir pagando mi departamento, pero no durarán mucho, considerando que también debo alimentarme y comprarle algún regalo a mi hijo, para dárselo mañana. Debo conseguir un empleo pronto.

Ahora camino por los pasillos del centro comercial. Llamo la atención de la gente, debido a mis heridas en el rostro. Aún me siento algo débil y dolorido por la pelea que tuve con McAllister hace días. Pese a que lo que hice no estuvo bien, no me arrepiento. ¿Por qué tuvo que darme un ataque justo en ese momento? Desearía ahora mismo tenerlo en frente para patearlo y golpearlo en su estúpida y fea cara sin piedad alguna, mientras río como psicópata, disfrutando verlo sufrir.

Contrólate, Desmond. ¿Por qué piensas de esa manera tan vil?

—¿Se le ofrece algo, señor?

Volteo, y veo a una jovencita parada frente a mí, vestida con el uniforme de la tienda más un gorro de Navidad. Al ver mi rostro, da un pequeño respingo. Me invade la vergüenza.

—Quiero un regalo para mi hijo... —respondo, tímidamente—. Pensé en algo sencillo, como un juego de mesa o algo así.

—Al final de ese pasillo —me señala— se encuentran los juegos de mesa. Puede escoger el que guste.

—Muchas gracias.

Le doy la espalda, y me encamino hasta donde dijo. Pese a haber bastante gente haciendo compras de último minuto, incluyéndome, este pasillo prácticamente está desierto. En cambio, los de electrónicos y videojuegos están abarrotados.

Se pierden los valores.

Decido tomar un juego de Monopoly versión Harry Potter, y voy a la caja a pagar, pero me detengo al ver una figura de madera en forma de búho en un estante. La tomo, y me quedo mirándola fijamente. Robin ama los búhos. Me debato sobre si comprarle esta figura o no. Es mi esposo, y pese a nuestra situación actual, sigo amándolo.

Suelto un pesado suspiro, y opto por llevarla también. A mi primo le compré un funko de John Snow, a mi sobrino una sudadera negra de Converse, a Desari y Aegon un juego de vasos de cristal, y a mi madre un masajeador de pies. A este paso, terminaré en la calle.

Termino de pagar, y salgo del centro comercial. Después arribo mi auto, y conduzco de vuelta a mi departamento.

***

Es veinticinco ya. Hace un rato fui a casa de mi madre a entregarle su regalo, pero Hellen fue quien me recibió porque ella estaba durmiendo. No quise despertarla, así que le entregué el obsequio de mamá, y le deseé feliz Navidad; también le imploré por que no le dijese que me vio con la cara llena de moretones. Después fui a casa de Steve a darle su regalo y el de Viktor. Al verme en mi estado, me interrogó y se molestó bastante; incluso me ofreció dinero y hospedaje en su hogar, pero me negué; ya no quiero seguir molestándolo. Luego fui a casa de Desari... Se volvió loca al verme, y quiso ir hasta mi hogar, para moler a golpes a mi esposo, pero la detuve; suerte que su esposo no estaba en casa.

Ahora sigue mi hogar. Después de titubear unos minutos frente a éste, me armo de valor, y toco el timbre. Quien me abre al poco rato es mi hijo. Al verme, su expresión es de horror. Intuyó por qué.

—P-Papá... —Carraspea—. ¿Qué te pasó?

—Es una larga historia... —respondo, sobando mi nuca—. Feliz Navidad, por cierto... —finjo una amplia sonrisa.

—Feliz Navidad... —desvía la mirada. Ha vuelto a su comportamiento despectivo hacia mí. Eso me desanima.

—Te traje un regalo —le extiendo la caja envuelta. Él me mira, y la toma.

La desdichada vida de Desmond GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora