Capítulo 40

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Hoy se levantó mi suspensión, así que pude volver a la escuela. Mis padres casi me matan cuando la directora mencionó que estaría suspendido por tres días. Cuando llegamos a casa, me castigaron y sermonearon a manera de regaño, mientras mis hermanas se burlaban de mí.

Y me duele en el orgullo admitir que tenían razón. Me porté irracionalmente por una chica que sólo jugó con mis sentimientos. Lo peor es que fue con el hijo del señor Grimm. ¿Cómo reaccionaría él al enterarse?

Debo enmendar las cosas con Rex. No quiero que me odie o piense que soy un inmaduro; el inmaduro es él.

Al entrar a mi aula, noto las miradas puestas en mí; y cómo unos se burlan y murmuran cosas. Apresuro el paso, y voy hasta mi asiento junto a Doro. Ella ni se inmuta al verme.

—¿Cómo estuvo la suspensión? —me pregunta, apartando la mirada de uno de sus muchos libros de terror.

—Horrible. Aprendí mi lección. Ahora debo pedirle disculpas a Rex por lo que hice —me cubro el rostro con ambas manos, apenado—. Fui un cabeza hueca.

—Sí, pero... no tienes la culpa. La gente, cuando se trata de amor, pierde la cordura. Rex entenderá si se lo explicas bien.

—Oh. —La miro, y un atisbo de sonrisa adorna mis labios—. Gracias, Dorothee.

—Es raro cuando me llamas así.

—¿Por qué raro?

—Porque siempre me dices... ya sabes... Ay, olvídalo —vuelve la mirada a su libro.

—¿Me acompañas a buscar a Rex? El señor Bach ya se tardó, y siempre es puntual. Es obvio que ya no va a venir.

—No, ve tú. Quiero terminar este capítulo.

—De acuerdo, vuelvo en un minuto. Seguramente tiene la hora libre también.

Salgo del aula, sin más que decir, y me desplazo por los pasillos hasta la de Jason. Me asomo al llegar a ella, y, en efecto, tienen hora libre. En serio deben corregir eso.

No veo a Rex por ningún lado, pero a quien sí veo es a Jaz hablando con sus amigas. Verla me provoca una ligera molestia. Decido buscarlo en el patio, y lo hallo sentado bajo un árbol lejano, mientras lee un libro. Suspiro, antes de acercarme. Seguramente no quiere verme ni en pintura, después de lo que hice.

—Hola, Rex —lo saludo, tímidamente. Él levanta la mirada del libro, y se echa para atrás al verme.

—No quiero problemas —se apresura a decir.

—No vengo a pelear ni nada —alzo ambas manos, en señal de paz—. Sólo quiero disculparme. —Rex arruga la frente, incrédulo—. Me porté inmaduro —prosigo—, y, tenías razón, Jaz y yo ya no éramos nada. No debí golpearte, ni patearte... ni morderte. Pero, entiende, la gente pierde la cordura cuando se enamora.

—¿Aún la amas?

Su pregunta me hace sentir una punzada en el pecho, y me deja pensando.

—No... —respondo, al fin—. Me di cuenta de que valgo más que eso. Merezco algo mejor.

—Mmm... De acuerdo. Acepto tus disculpas, y... perdóname a mí también. No debí decirte esas cosas tan hirientes, ni morderte igual.

—Entonces... ¿amigos? —le extiendo la mano, sonriente.

—Mmm... es algo pronto, ¿no lo crees?

—Oh... entonces... ¿conocidos?

—Claro —me sonríe, y estrecha al fin mi mano.

Momentos después, regreso con Doro, y me siento a su lado nuevamente, con una carga menos en los hombros.

—¿Cómo te fue? ¿Lo hallaste? —me pregunta.

—Sí, lo hallé. Y tenía hora libre, tal como supuse. Estamos bien. Incluso nos estrechamos la mano, si quieres los detalles sucios —bromeo.

—Bien por ustedes.

—Oye, ¿no te gustaría salir?

—¿Salir?

—Sí. Podemos ir el fin de semana al cine, a comer un helado... al cementerio... donde prefieras ir.

Ella ríe por lo bajo.

—Está bien.

Y aquí concluye la historia de nuestros jóvenes protagonistas

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Y aquí concluye la historia de nuestros jóvenes protagonistas.

La desdichada vida de Desmond GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora