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Antes de mudarme a América, ya conocía a Robin

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Antes de mudarme a América, ya conocía a Robin. Desde Italia, él y su familia migraron a Inglaterra una temporada, por cuestiones laborales. Íbamos en la misma escuela, pero era dos años menor que yo, así que no fuimos cercanos.

En ese entonces, meterme en problemas era mi única aspiración. Por lo poco que convivimos, podría decir que me odiaba. No lo culpo.

—Hola, cuatro-ojos —allí estaba yo: un Desmond de dieciséis primaveras saludando al extranjero miope que andaba tranquilamente en el patio de la escuela.

—Déjame en paz, Desmond —el ese entonces Robin de catorce años cogió sus libros, y me dio la espalda.

—Vamos, no vengo a molestar —lo seguí.

—Siempre me molestas... —masculló, y sus manos temblaron.

—No es cierto. Ahora no lo hago.

—Me llamaste «cuatro-ojos».

—Ah, sí. Lo lamento, es la costumbre —me eché a reír.

Apresuró el paso, pero lo detuve, sujetando su brazo.

—¡Hey, no te vayas! ¡Lo siento! Ya, perdón. No seas dramático.

—Cupido —espetó, zafándose de mi agarre.

—¿Dónde oíste eso? —lo sujeté de la camisa, pero sus ojos cargados de lágrimas me hicieron ceder—. No me llames así, ¿de acuerdo?

—¿Qué quieres? —preguntó, con la voz quebrada.

—Eres bueno para las matemáticas, ¿no?

—Un poco...

—Necesito ayuda. Soy pésimo, y la próxima semana tengo un examen. Pensé que podrías darme asesorías. Te pagaré.

—Eres mayor que yo. ¿Cómo voy a saber lo que están viendo?

—¡Vamos, seguramente es pan comido para ti! Me han dicho que eres de los más avanzados.

—No sé... No quiero...

—Robin Renzo, estoy pidiéndotelo por las buenas.

Una amistad comenzó a cultivarse a raíz de eso. Luego me gradué. Después supe que se había mudado a Estados Unidos. Y, años más tarde, y quizá de manera inconsciente, seguí sus pasos, y lo hallé. Ambos cambiamos (siendo yo el más drástico), y aquella amistad inconclusa culminó en dieciséis años de feliz matrimonio.

La desdichada vida de Desmond GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora