Capítulo 18

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Mi hijo se porta diferente. Me evita, y se comporta despectivo conmigo. No sé qué le ocurre. No comprendo cómo su forma de ser hacia mí cambió de un día a otro.

Ahora vamos en mi auto, con dirección a nuestro hogar (suyo y de mi esposo, por ahora). No me ha dirigido la palabra desde que arribamos el vehículo, y eso me preocupa. Normalmente siempre nos la pasamos hablando de infinidad de temas. Sólo mira hacia la ventana, taciturno.

—Te llevas muy bien con tu primo ahora, ¿no? Se la pasan más juntos que antes —digo, para romper el sofocante silencio que había entre ambos.

—Ajá —responde, sin mirarme, de manera cortante. Su respuesta hiere mis sentimientos.

—¿Estás bien, hijo? Te noto... algo... distante.

—Estoy bien.

—¿Estás seguro?

—Que sí —su afirmación se oye ligeramente irritada.

No digo más, hasta llegar a casa. Me acerco a él, para darle un beso en la frente, y despedirme, pero baja antes de que pueda hacerlo.

—Adiós —se despide, y se encamina hasta la entrada de la casa.

—Hasta luego... —mascullo.

Estoy preocupado por él. ¿Por qué se porta así conmigo? ¿Su primo le habrá hecho algo?

No, no debo culpar a Viktor por esto.

¿Sabrá lo de su padre y yo? ¿Acaso Robin se lo habrá contado? Si se lo contó a McAllister, lo creo capaz de contárselo a Rex. Diablos.

Estoy triste y enojado con Robin. También conmigo mismo. Creo que pasaré la Navidad lejos de casa, y eso me destroza por completo.

Nada mejora.

Las cosas sólo empeoran.

Ahora siento que mi hijo me odia, y eso me tiene devastado. Después de Robin, él es lo que más amo en este mundo, y no quiero perderlo como perdí a su padre. No sé qué hacer. No sé si deba hacer algo. No quiero resignarme...

Pero...

Aprieto el volante con fuerza, y unas débiles lágrimas se deslizan por mis mejillas.

—Rayos... —Me las limpio con la manga de mi camisa, y arranco. Sólo avanzo unos metros, y estaciono mi auto frente a la casa de mi vecina. Ella es, prácticamente, mi mejor amiga. No la he visto en muchos días. Debe estar enfadada conmigo, y debe querer explicaciones al respecto. De paso, me desahogaré un poco con ella.

Salgo del auto, y camino hasta la entrada de su hogar. Toco tres veces, y me abre a los pocos segundos. Su expresión, al verme, es de asombro. Seguido, se lanza a abrazarme. Correspondo su abrazo.

—¡Desmond! ¡Dios santo, cuánto tiempo sin vernos! ¡¿Dónde has estado?! ¡Me tienes preocupada! ¡¿Ya no vives en tu hogar?! ¡Robin no me ha dicho nada! —sus palabras hacen que un nudo se forme en mi garganta. Al no responderle, ella se aparta un momento de mí, y me mira, tomándome de las mejillas—. Desmond, querido, ¿qué tienes?

—Las cosas están mal, Desari —digo, con voz entrecortada.

—Мой бог —masculla—. Entra, para hablar con más calma —me cede el paso, y entro algo cohibido. Después tomo asiento en su sofá, cabizbajo. Ella sirve té en dos tazas, y me extiende una. Al tomarla, deja la tetera sobre su mesa de centro, y toma asiento frente a mí, mientras me acerca un pequeño plato de galletas—. Ya, dime qué está pasando, querido.

—Mi matrimonio se echó a perder... Todo por un... —Guardo silencio. Temo decirle la verdad. Temo que piense que soy un idiota; que desconfíe de mí como Robin, y piense que soy una mala persona.

La desdichada vida de Desmond GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora