Capítulo 21

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Solo. Así es como me siento lejos de casa. Lejos de mi esposo, mi hijo; incluso de mi primo y mi sobrino. Fui un completo idiota. Steven y mi hijo me odian. Él no hizo más que tenderme la mano, y fui un malagradecido. Ya no soporto todo esto. Pasaré la Navidad solo, y eso me deprime.

—Baise. Baise. Baise —maldigo, tirándome a la cama de espaldas, con ambas manos en el rostro. Estoy al borde del llanto, pero intento contenerme. Ya lloré bastante últimamente.

Steven tiene razón: soy un chillón.

Me siento, y miro unos segundos el limpio piso de madera. No quería quedarme en un hotel, después de que Steven me echó de su hogar. Hacerlo me recordaría aquella mañana en la que...

Un escalofrío recorre mi espalda.

Tampoco quería rentar un departamento; sería resignarme a vivir lejos de casa. Pero no tenía opción. Me pregunto si era mejor o no haberle pedido asilo a mi madre.

No. Está enferma del corazón; no podía llegar a su casa con la excusa de que su hijo se separó de su esposo, y su primo lo echó de su casa. Además, vive con Hellen —su enfermera—; ella seguramente ocupa su único cuarto de huéspedes.

Me levanto de la cama, para ir a alimentar a mi mascota.

Es sábado. No tengo trabajo, estoy aburrido, y solo. No sé qué hacer. Los fines de semana me quedaba en casa con mi esposo e hijo. A veces veíamos películas juntos, otras jugaba con Rex, ayudaba a mi esposo a calificar trabajos, pasar calificaciones a las listas, o salíamos a algún lado. Extraño todo eso. ¿Qué podría hacer ahora si no me queda nada?

—Al menos tú estás aquí, Thomas —le digo a mi rata, dejando caer un trozo de queso en su jaula, que él comienza a masticar de inmediato.

Suspiro con tristeza, y voy al sofá a sentarme, para ver televisión. Pero, antes de encender el aparato, mi celular vibra en el bolsillo de mi pantalón. Lo saco de éste, y veo de reojo la pantalla. Mis ojos se abren de par en par. Es Steve. No hemos hablado desde hace una semana —cuando me echó de su hogar. Me pregunto qué querrá. ¿Me habrá perdonado por la manera tan salvaje en la que actué? Temo contestar. Aún me siento muy apenado por las cosas que dije.

Aprieto los labios, y deslizo el icono verde, para responder.

—¿Diga...?

—Hey, ¿cómo has estado? —su voz no se oye molesta; es mas, se escucha genuinamente preocupado.

—Ah... bien... —titubeo al hablar—. Dentro de lo que cabe. Estás consciente de mi situación actual —le recuerdo.

—Desmond...

—Steven...

Hablamos casi al mismo tiempo. Después ambos guardamos silencio unos segundos.

—Habla primero —me cede la palabra.

—Perdóname —imploro, con la voz quebradiza—. No quise decir esas cosas horribles. No era verdad. La ira me cegó. Entiende que me sentía frustrado y deshecho por lo que había pasado con Rex... —mis ojos se vuelven cristalinos—. Esta situación me vuelve loco, y me hace salir de control. Lo siento. Viktor es un buen chico.

—Desmond... soy quien debe pedirte disculpas. No debí echarte. Estoy consciente de los problemas por los que estás pasando, y cómo están afectándote. Además, ya hablé con Viktor al respecto. Lo reprendí por haber sido entrometido.

—Igual tenías razón en todo lo que dijiste...

—No, Desmond. Dije cosas sin pensar también. Excepto en lo de que eras un idiota. Eres un idiota.

La desdichada vida de Desmond GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora