Un año exacto pasa en un abrir y cerrar de ojos. Un año exacto desde que comenzó toda esta basura. En unos días hubiese podido cumplir mi decimoséptimo aniversario de bodas, pero no; en cambio, cumpliré siete meses de haberme divorciado de mi exesposo. Siete meses de llorar en la ducha; sietes meses de amanecer crudo casi cada mañana; y siete meses de despertar con alguien nuevo en mi cama. En esta ocasión de trata de un hombre no más viejo que yo, castaño y barbado.
No era tan promiscuo desde la secundaria, antes de conocer a Robin.
—¿Tú quién eres? —mascullo, viéndolo dormir pacíficamente. Ambos estamos desnudos; no me sorprende. Recuerdo que se me quedaba viendo anoche, y se acercó a hablarme; no recuerdo a qué se dedicaba o si su nombre era Dan o Dave.
Me levanto con lentitud de la cama, sopesando la aguda migraña que hace añicos mi cabeza, y reviso la hora en mi celular, el cual reposa sobre el buró. Son las once y media, y tengo cinco llamadas perdidas de Beatrice. Me pongo de pie, con teléfono en mano, y voy a encerrarme en el baño, para devolverle la llamada y no despertar a Donnie.
Mientras espero a que responda, me echo una mirada en el espejo, y hago una mueca de desagrado al verme.
—¿Señor Grimm? —contesta—. ¿Dónde está? ¡No responde mis llamadas! Pensé en ir a su casa, para ver si se encontraba bien. Perdió la sesión con la señora Flaningan.
—No me siento bien, querida, me temo que no podré asistir a las sesiones de hoy —me siento en el escusado, y me llevo una mano al rostro—. Cancela todas mis citas, y tómate el día. Nos vemos el lunes.
—¿Quiere que vaya a verlo? ¿Le arreglo una cita con el médico?
—No. Me quedaré en casa y tomaré algo.
—Oh... está bien. Cuídese. Nos vemos el lunes.
—Nos vemos. —Cuelgo. Suelto un pesado suspiro, y, una vez haberme enjuagado la cara, salgo del baño y me pongo unos calzoncillos y una bata, para ir a la cocina por algo para desayunar. Dejaré que Dylan despierte por si sólo, y después le pediré que se vaya.
Mañana vendrá mi hijo, así que tendré que limpiar mi desastre, para recibirlo de manera decente. Ni siquiera sospecha acerca de las cosas que hago cuando no está. Mejor que ni se entere.
Después de haberme servido cereal con leche, me siento en el comedor para degustarlo, pero, para mi mala suerte, justo en el instante en el que mi trasero toca el asiento, suena el timbre de la puerta.
Dejo el plato sobre la mesa, y voy a atender, cerrando mi bata y pasándome los dedos por el cabello, para dejarlo medianamente decente. Al abrir, me encuentro con el rostro indiferente de mi primo al otro lado. Verlo me alegra, pero estoy muy cansado como para sonreír; además de que decide caerme de sorpresa en el momento menos oportuno.
—Sólo mírate —me dice, arrugando la nariz—. Pareces una basura.
—Dime algo que no sepa.
—Cuando las pirámides de Egipto se construyeron, los mamuts aún caminaban sobre la tierra.
—¿En serio?
—No seas idiota —se ríe, y entra sin pedir permiso. No me queda de otra más que encogerme de hombros, y cerrar—. ¿Dónde quedó el Desmond obsesionado por la limpieza que se queja si ve una bola de papel en el suelo? —pregunta en voz alta, al ver el tiradero en mi sala.
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La desdichada vida de Desmond Grimm
RomanceADVERTENCIA: este novela te hará pasar muchos corajes. SINOPSIS: Desmond es el cliché de hombre perfecto: sonrisa perfecta, buenos modales, inteligente, porte de caballero, amable, sano, pacifista, felizmente casado con un hombre que lo ama, con un...