Capítulo 36

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La frase dice: «Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde»...

Lo primero que hago al llegar a casa es tumbarme en la cama, para descansar cinco minutos. Cuando Rex no está, el silencio a causa de su ausencia me sofoca. Al principio, la tranquilidad sin Desmond me abrumaba, hasta que logré acostumbrarme; pero aún no me acostumbro a la de mi hijo.

¿A quién quiero engañar? No me acostumbro a la de ambos. Después de tanto tiempo, sigue siendo duro despertar y ver el lado de la cama en el que dormía Desmond, vacío. Lo extraño. Ya ni siquiera me esfuerzo por ocultarlo. Lo extraño. Quiero que esté conmigo. Quiero terminar con Emmanuel; que él termine con Scott; y que volvamos a estar juntos, haciendo como si nada pasó.

Desplazo mis dedos hasta el que era su lado de la cama, y acaricio el colchón; como si fuese su suave y pálida piel. Su lado sigue hundido por su peso. Siempre fue más corpulento que yo. Podría simplemente voltear el colchón, pero no quiero hacerlo.

Me levanto de la cama, y me desvisto, para darme una ducha. Minutos más tarde, ya me encuentro en la estancia, calificando unos trabajos en mi escritorio. Mi lapicero se queda sin tinta, estando a punto de poner un diez de calificación en una libreta. Lo arrojo al cesto de basura que está a mi lado, y abro uno de los cajones, para sacar otro. Me percato de que en el cajón también se encuentra una pequeña libreta azul. La tomo, y la ojeo. Es de Desmond. Es su sketchbook.

Me pregunto si habrán más cosas suyas que olvidó al mudarse.
Me pongo de pie, y empiezo a revisar toda la casa, buscando más pertenencias de mi exesposo. Busco en ambas recámaras, los armarios, el baño, la sala, la cocina y cochera, a excepción del sótano. Ese lugar me pone los pelos de punta. Encontré un par de zapatos; tres corbatas; otras dos libretas; un dominó; sus pastillas para dormir; tres libros; un reloj; y, por último, la colonia que le regalé hace dos años. Aún tiene un poco.
Eché todo en una caja. No pensé que fueran tantas cosas.

Dejo la caja sobre la mesa, y saco mi celular, dispuesto a llamar a mi ex, pero casualmente una llamada entrante de Emmanuel se muestra en mi pantalla. Lo pienso unos segundos, y me decido por contestar.

—Hola, bebé —me dice.

—Hola. ¿Qué pasa? —trato de sonar amistoso, pero sin querer con él siempre se me sale lo cortante.

—Quería saber si tienes planes para más tarde. Podemos salir a cenar o algo así.

—Ohh... me encantaría, Emmanuel, pero tengo trabajo pendiente... —Y es verdad. Aunque tampoco tengo muchas ganas de tener una cita, que digamos.

—Está bien. Entonces nos vemos mañana.

—Claro. Adiós. —No espero a que conteste, y cuelgo la llamada. Seguido, decido marcar el número de Desmond. Me invade el nerviosismo al escuchar el tono de marcado, y no entiendo por qué.

—Diga.

***

—No pensé que hubiera olvidado tantas cosas —dice Desmond, hurgando en la caja, mientras lo observo, parado junto a él. Me ofrecí llevar sus cosas a su departamento, pero insistió tanto en venir.

Tenerlo aquí me pone nervioso, y no lo entiendo. Sólo se trata de mi exesposo al que aún amo y extraño con todo mi corazón.

—No revisé en el sótano. Sabes que me da miedo entrar allí —le digo, jugando con mis dedos—. No sé si quieras bajar a ver.

—Sí, lo haré. —Se pone de pie, y se dirige allá. Lo sigo, y ambos bajamos las escalera, yo tras de él. Al llegar abajo, prende la luz, y se pone a revisar en las cajas que hay apiladas en los rincones. Yo me quedo parado en la escalera, observándolo. Está vestido con una camisa blanca, cuyas mangas arremangó; un pantalón negro; y unos zapatos café. Se ve tan apuesto; como siempre—. Sólo mi paraguas y mis revistas Fancy Smile —dice él, al haber revisado todo.

La desdichada vida de Desmond GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora