Braco y Sebastian son dos chicos que luchan por defender Isla Refugio de las temibles Fuerzas de la Oscuridad: enfrentándose contra robots asesinos, alienígenas temibles y entes demoníacos, haciendo tanto amigos como enemigos en el proceso.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Ahí está esa... bestia —me susurra Dan-Ya—. Ahora que duerme es nuestra oportunidad de atacar.
Ambos estamos cubiertos con la Capa de Casi-Invisibilidad de su padre. Es una pieza caprichosa. Oh, claro que lo es. Tengo entendido que perteneció en vida a un viejo dragón, uno de los últimos en su especie... La capa fue fabricada con los restos de su piel, y casi parece poseer una conciencia propia. Aún así, es de verdad útil en una situación como esta.
Una situación en la que desconozco a que nos enfrentamos...
—¿Qué estás esperando? Usa uno de tus hechizos para acabarla de una vez.
Aquella criatura a la que ella denominó de forma despectiva como bestia, y que ahora mismo dormía en medio de un claro en el bosque, se trataba de alguna especie de lagarto alado con piel de piedras y rocas volcánicas. Definitivamente no era un dragón.
—La paciencia es una virtud, Dan-Ya.
—Sólo quiero que sepas que si despierta estaremos en grandes problemas...
Yo seguía observando e intentaba plasmar mis observaciones en un dibujo.
—¿Crees que podamos acercarnos más? —le pregunté a mi compañera de casi diez metros de altura; me lleva en su hombro sin problemas—. Tan sólo un poco. Quiero verla más de cerca... para la investigación.
—Para la investigación.
Al aproximarnos, la criatura alzó su largo cuello, alerta. Yo sabía que no podía vernos. Rápidamente entendí que no era debido a nosotros que había despertado: un pequeño cervato cruzó la arboleda, y no dejaba de temblar. Parecía perdido.
Ante la presencia de ese animal, la gran criatura tomó una forma humanoide: una chica de piel radiante, literalmente. Y un cabello envuelta en llamas. Nosotros seguíamos ocultos, sin hacer nada más que observar.
—No tienes que temerme —le dijo con una voz dulce al asustadizo animal mientras, lentamente, se acercaba, quemando el suelo bajo sus pies descalzos—. No te haré daño...
Ella sólo estaba tratando de tranquilizarlo... No tenía ni idea de lo que pasaría al poner sus manos sobre el cervato... Sus intenciones nunca fueron lastimarlo. Pero eso terminó sucediendo: el pobre animal se retorció de dolor al quemarse y salió corriendo de ahí.
—¿Por qué este mundo es tan frágil? —sus espesas lágrimas eran como lava hirviendo; deja que corran libremente por sus mejillas antes de limpiarse—. Estaba mejor dentro de esa celda de contención... Ahí no podía lastimar a nadie. Sé que me escuchan... Siento su temperatura corporal. Dejen de ocultarse de mí...