Conversaciones

1.4K 59 9
                                    

Penni comprueba una vez más la hora en su reloj y suspira. Llegar pronto a los sitios es lo que tiene, que luego tus amigos tardones no aparecen hasta casi media hora después. Sonríe ante el pensamiento de volver a ver a sus amigos. Esta es una de las pocas veces que se van a volver a reunir todos juntos, pues con el comienzo de las clases cada vez se están distanciando más. Lo entiende, cada uno tiene su pandilla en la universidad, pero le sigue doliendo que algo como la carrera tenga un efecto tan abrumador sobre ellos. Sin embargo, ahora no es momento para pensar en que casi no se van a poder ver a lo largo de ese nuevo curso escolar. Lo importante es que van a pasar una tarde juntos.

Se aprieta el petate contra el cuerpo y se muerde el labio inferior. Si tan sólo la gente de la calle supiera lo que guarda en su interior… el cuaderno de Bruno. Dentro de nada será capaz hasta de irse a dormir con el cuaderno entre sus brazos. Pero de momento no ha llegado a ese nivel de obsesión, afortunadamente.

La calle está bastante tranquila teniendo en cuenta que es un viernes por la tarde, por lo que se exaspera un poquito más. ¿Y si saca el cuaderno? ¿Y si lee un verso? O unos pocos más. Seguramente todavía falta mucho para que sus amigos lleguen…

Así que abre su mochila y lo saca, dispuesta a asumir el riesgo de sumergirse en la extraña tristeza que contienen sus páginas. Sin quererlo, llega a la conclusión de que está haciendo algo así como racionarse los poemas. Las páginas escritas no llegan ni a la mitad, y quiere que le dure lo máximo posible, pero no puede evitar querer leer otro poco más cada día. Como si con cada 24 horas tuviera el poder de dar un paso más para adentrarse en la mente de Bruno. Aunque quizás el cuaderno ni siquiera es suyo. Quizás Bruno sólo lo había tomado prestado. Hay tantas posibilidades, que lo único seguro que tiene Penni es que daría lo que fuera por poder ver al propietario o propietaria del cuaderno escribiendo en él. Ella nunca ha sido demasiado hábil con las palabras – una de sus maldiciones – pero sí que tiene una gran pasión por el arte. Le parece especial ser capaz de construir realidades diferentes con palabras que usamos cada día. El dibujo es distinto, hay menos barreras, no hay nada establecido. Pero las palabras… las palabras te ponen a prueba.

Pasa con cariño las páginas hasta dar con el último poema que ha leído, y una diminuta sonrisa emana hasta sus labios, chocando con el carácter desolador de los poemas.

Sometimes I wish I was not me,

Sometimes I like being me,

Sometimes I feel life is beautiful,

Sometimes I fear I’ll never long for another breath.

Maybe one day I’ll decide to stop getting air into my lungs,

And my eyes will dry,

And my heart will pump fast,

But I’ll ignore it,

Just as they ignored me.

Penni siente un gran vacío en su interior y se da cuenta de que ha dejado de respirar. Se pone la mano en el corazón a la vez que procura relajarse para no llorar, aunque no ha podido evitar que la piel se le erice. Cierra rápidamente el cuaderno y se sienta muy rígida en el banco, mientras deja la vista fija en un punto del suelo, parpadeando innumerables veces. Comprueba una vez más la hora en el reloj y toma una gran bocanada de aire.

Tiene que encontrar a Bruno. Y tiene que preguntarle por qué. Por qué. ¿Por qué le gustan esas cosas? ¿Por qué las apunta? ¿Por qué…?

Y entonces el pensamiento la golpea como un martillo golpea las cuerdas del piano para que produzcan un sonido maravilloso.

Die young! (Niall Horan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora