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"La señora Romina"

— ¿Qué? ¡No! ¡No! ¡No!— Chillo hipando con tristeza.

Las lágrimas salen de manera incontrolable. Y por el reflejo de la televisión soy capas de notar mis cachetes rojos, al igual que mi nariz y ojos.

No lo podía creer, ¿Cómo era posible aquello? ¡Debería ser ilegal dejar las cosas así! ¡Quisiera que todo fuera una mentira! ¡Inventado! ¡Copiado!

— ¡No!— Sollozo con dolor.— ¡todos menos hachi!

Agarro un puñado de palomitas y me las meto a la boca. Esta película está causando que quiera salvar a todos los perritos del mundo, ¡Cuantos perritos están sufriendo en la calle! Y todavía los demás los lastiman... ¡es indignante! Oh, pobre hachi, se quedó esperando a su dueño, ¡Que fiel!

Lastima que no todos los perros son así.

Una vez acaba la película, apago la tele y Jane se lleva el tazón de vidrio para después retirarse de mi habitación. Me levanto de el sillón y camino de manera lenta a mi ventana. Me quedo mirando a la nada, hasta que un pitido llama mi atención.

— ¡Más atrás! ¡Ten cuidado de no chocar nada!

Frunzo el ceño cuando veo a un camión de mudanza estacionarse enfrente de la mansión que antes era de una viejita, con ayuda de otro hombre que a lenguas se ve que no es de estas calles.

Me siento en la bardita de la ventana y miro de manera atenta al camión, y después la casa. Aquí las casas no son iguales, pero cada una vale una fortuna. La familia que se debe estar mudando aquí, debe tener un buen billete.

Me pongo más atenta cuando el otro señor baja del camión, se da la vuelta y abre las puertas de atrás con ayuda del otro hombre.

Mi curiosidad aumenta cuando un carro muy costoso se estaciona atrás de el camion, y se abren sus puertas. Me acomodo mejor, lista para ver a la familia, cuando...

Por las guayabas, la viejita que vivía en esa casa está casi pegada a la puerta.

Ignoro por completo a las personas que bajan del carro, y de manera rápida corro hacia la parte baja de mi casa. No me da ni tiempo de agarrar un suéter, cuando salgo de esta mansión para así cruzar la calle, llegando a dónde está el camión. Lo rodeo y voy directo a donde está la viejita.

Pero es demasiado tarde, la anciana ya está peleando con la pareja.

— ¡me rehuso! Esta ha sido mi casa durante más de sesenta años, ¡Esta casa es mía!

La mujer era canosa, con la cara arrugada, una verruga a lado del ojo izquierdo y su cuerpecito ya se encontraba algo encorvado. Se apoyaba en la puerta, y en la pared podía apreciar un bastón blanco, hermoso.

— Señora, nosotros ya compramos la casa, así que por favor retírese antes de que llame a la policía.— ¿Qué? ¿Acaso ese hombre está dispuesto a llevar con la policía a esta pobre anciana? ¡Que hijo de...!

— ¡No! ¡No! ¡No!

Para poder meterme a la discusión, necesito recordar su nombre. ¿Cómo era que se llamaba? Vamos, yo sé que lo sabía. Ella me trajo un pastel de moras en el día de mi cumpleaños número ocho. ¿Roberta? ¿Rigo? ¿Rodolfa? ¿Romulda? ¡Vamos, Thalía! ¡Recuerda! ¡Recuerda! ¡Recuer...!

— ¡Señora Romina! Por favor, solo deje que entren a la casa.— Digo, en cuanto recuerdo el nombre.

La mujer me mira, y una expresión de tristeza se plasma en su rostro. Los señores me regresan a ver con algo de sorpresa, pero aún así puedo apreciar el toque de molesta por la situación.

— Niña, no puedo dejar mi casa. Tal vez mis hijos ya no quieren que esté sola, ¡Pero esta no es la manera!— Y entonces, todos nos quedamos en silencio cuando las lágrimas empiezan a empapar sus mejillas.

Oh no... que una viejita estuviera discutiendo ya era malo, pero que llore ¡Es mucho peor!

Podría irme a casa, ignorando la situación, pero no podía. Muy en el fondo sabía que eso estaba mal. Mamá me enseñó a hacer las cosas bien, y no puedo olvidarlo.

Dejarla sería un error.

— ¿Acaso es por su esposo? ¿Es Eso?— Murmuro de manera baja, algo nerviosa.

Recuerdo que ella vivía felizmente con su pareja, hasta hace un año. Una vez, estaba llegando a mi casa después de la escuela, y vi muchos carros a su alrededor. Habían decoraciones negras, y después de meses me enteré de que el hombre había fallecido de un derrame cerebral.

De tan solo pensar que ellos fueran mis abuelos, un escalofrío me recorre.

— Esta casa me la regaló él hace sesenta y cinco años, cuando recién nos habíamos casado. Esta casa es mi vida, y lo único que me queda de él. No permitiré que alguien la arruine. Mejor me la quedo yo.

Trago en seco, y pienso de manera lenta en una estrategia.

— Señora, Esto ya se está haciendo ridiculo. Lamento lo de su esposo, pero esta casa ya es nuestra y no hay nada que hacer. Váyase ya de mi propiedad.— Suelta de manera dura la mujer de cabellos lacios y cortos.

Eso me hace enfurecer. ¿Es que acaso no pueden ser delicados con ella? ¡Es una pobre anciana!

Trato de buscar las palabras correctas, mientras la pareja discute con la pobre viejita, cuando un recuerdo me viene a la cabeza, causando que un toque de tristeza me llegue al corazón.

Sonrío de lado, y me acerco a la anciana. Los señores paran de hablar, y me miran mientras sacan humos por las orejas.

Llego a la oreja de la viejita, y empiezo a murmurarle unas sabias palabras que alguna vez él señor Dan me dijo en el patio de su jardín.

Solo es cuestión de segundos cuando la mujer agarra su bastón, y se va dando unos sollozos que causan que mi corazón se estruje.

— Gracias, señorita...

— Bernard. Soy la que vive enfrente.— Murmuro, mientras aprieto mis puños.

En serio que me estoy aguantando las ganas de decirle unas palabritas muy groseras.

— Muchísimas gracias, Esa vieja esta loca. Tal vez ni nos hubiera dejado entrar si tú no hubieras estado aquí.— Miro al señor con el ceño fruncido.

Y es cuando suelto de la manera más educada sus verdades.

— Señores, no hay nada que agradecer...— La pareja sonríe, pero después de lo que empiezo a decir, su sonrisa se desvanece.—... más bien hay razones para pedir disculpas. ¿Se dan cuenta de cómo le hablaron a la pobre? ¡Fueron muy groseros! A mi me educaron lo bastante bien como para saber que lo que ustedes hicieron, no fue para nada educado. Me doy cuenta de que aunque ustedes tienen dinero, no tienen la capacidad de ser educados. O igual y si la tienen, pero la desechan. Fue completamente desagradable ver cómo atacaban a la viejita sin delicadeza. Me siento igual de indignada que la señora Romina, y ahora con su permiso, me voy a mi casa para no gritarles con todas las ganas lo que son en estos instantes.

Camino al lado de las dos personas que ahora están en shock, y cuando los pasó, agacho mi mirada para no ver a los niños pequeños que posiblemente estén en el carro.

Estoy a nada de pisar la banqueta, cuando choco con el pecho de alguien. Subo mi mirada con rapidez, y el aire abandona mis pulmones cuando me encuentro con unos ojos verdes.

Sorprendida, no me doy el tiempo para analizar su expresión, para así continuar con mi camino, a paso rápido.

Mierda. ¿Qué hace Tyler Thompson aquí? Oh no... no me digan que... ¡¿Él es uno de los hijos de esos desagradables señores?!

¡Bitch! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora