11

7 2 0
                                    

El tráfico estaba pesado

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El tráfico estaba pesado. Saqué mi cabeza de la ventana del auto para ver qué era lo que provocaba aquel embotellamiento. Nada. Capotes y semaforos en rojo, nada del otro mundo.

Recuerdo que apreté la bocina como diez veces, y algunas veces que me daba ganas de gritar: ¡Avancen! Hay gente que llegará tarde a su trabajo.
Pero luego me acordaba que debía ser una dama y se me pasaba. A parte, que como el auto era rentado, no podía darme el lujo de aporrear la bocina como un mosquito.

El trabajo que había conseguido, era en el aeropuerto. Siempre amé esos lugares, me gusta verlos como una conexión de varios mundos. La gente dispuesta a dejar un lugar y montarse a otro completamente distinto. Había gente de tantas partes del mundo, que casi me animaría a decir que podría considerarse a un aeropuerto como ese único lugar mágico donde todos los ambientes, las culturas e idiomas logran coexistir.

Mi trabajo consistía en etiquetar las maletas para meterlas al avión, revisar los pasajes y todo eso.

Las horas pasaban, y los vehículos se movían cual caracoles en una carrera. Toqué el claxon un par de veces más, hasta que logré salir. Conduje el auto con el pie en el acelerador, una obligación de trabajar en un lugar por primera vez, es: nunca, jamás en la vida llegues tarde.

Y era justo lo que pasaba conmigo.

Me detuve de un frenazo en el parqueo, cerré el auto y, cual Clark Kent convirtiéndose en Superman, me hice una cola de caballo en el pelo y me puse mi saco con la placa de mi nombre.

Corrí hasta la entrada, lo cual fue más cansador de lo que pensé, y el calor del sol no ayudaba. Crucé la puerta y sentí un alivio, aunque sabía que estaba roja del cansancio, con los zapatos sucios y la camisa blanca arrugada, no había llegado tarde.

-—Wow...—murmuré. El aeropuerto era gigante, sonreí con nostalgia al recordar que no hace mucho, yo estaba en este mismo lugar, con una maleta, un abrigo y una cara emocionada, arrivando a este pequeño lugar al que, por ese año, llamé hogar.

Haciendo resonar los tacones sobre el piso de porcelana, caminé hasta el puesto que debía tomar, saludé a la jefa, a mis colegas y tomé asiento en las mesas de recepción.

Al lado mío, una mujer ordenaba unos papeles, no debía ser mucho mayor que yo. Su pelo corto y negro la hacían lucir bastante joven. Un anillo de boda se ceñía en su mano izquierda, sus manos huesudas se movían con rapidez y su rostro tomaba una compostura agraciada.

Imité su comportamiento y observé las hojas en mi mesa. Eran unas doscientas o más. Agarré lo que entraba en mi mano y las pasé una por una. No sé si era necesario, pero no era aburrido.

—Hey hey, Catté. Buenos y maravillosos días.—escuché frente a mí...Aquella voz me había saludado como sólo una persona en el mundo lo haría. Me apresuré a contestar. Siempre me habían dicho que a un saludo, no se debía contestar tarde.

Mientras Te Cepillas Los DientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora