27. Heridas

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Los cuatro guardianes habían perdido la conciencia del tiempo luego de que un grupo de demonios los interceptara en el camino.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Minutos tal vez? ¿Horas?

La conciencia de este se vio aún más reducida cuando las manos de los muchachos, aferradas a las riendas del caballo, comenzaron a adormecerse a la par que las chicas sentían lo mismo en las piernas, sin embargo, ninguno de los cuatro estaba seguro en querer detenerse a descansar.

Atenea despegó la vista de su brazo herido y trato de aferrarse con más fuerza del torso de su compañero; un escalofrió la recorrió de pies a cabeza, su herida no había dejado de arderle y el dolor parecía crecer con forme avanzaban, la sangre no había sido mucha, pero aun así comenzaba a sentir mareada y con un poco de nauseas.

Cerro los ojos en busca de disipar el mareo, pero este pareció acrecentarse. Ander la miro por el rabillo del ojo y supo que algo estaba mal.

—¡Luca! Deberíamos detenernos— gritó esperando que su compañero lograra escucharlo.

El pelinegro desvió la mirada unos segundos del camino para mirar a su compañero.

—¿Para qué? Debemos mantener a salvo, parar solo significaría la oportunidad de una emboscada para eso demonios— respondió mientras le ordenaba a su caballo aumentar más el galope.

Ander soltó un bufido un poco estresado y le dio la misma orden al caballo hasta que logro emparejarse con su compañero.

—No seas tonto, Luca. Necesitamos descansar, al igual que los caballos.

Luca miro con un poco de enfado a su compañero, pero pareció no tomar en cuenta su opinión.

—Ander tiene razón, Luca—intercedió Navah—En caso de que los demonios vuelvan lo mejor es que estemos descasados para volver a luchar. Debemos parar.

—Está bien—acepto el pelinegro de mal modo—Pero hay que buscar un lugar seguro para descansar.

Ambos aminoraron el paso de sus caballos y comenzaron a buscar un lugar que funcionara como su guarida.

Algunos metros después visualizaron un grupo de árboles que cubrían un punto claro en el bosque, todos coincidieron en que sería un buen lugar para esconderse.

Los chicos aseguraron a los caballos a un tronco, mientras Atenea y Navah bajan de os caballos y estiraban las piernas. Les quitaron la carga a los caballos y les dieron algunas zanahorias que habían traído exclusivamente para ellos.

Navah comenzó a sacar el alimento que habían traído para ellos cuando un pequeño quejido llamó su atención, a unos pasos de ella diviso a Atenea, la chica parecía más cansada de lo normal y con una mano cubría su brazo derecho, Navah se acercó cuidadosamente y logro ver las mangas de su vestido rasgado y con sangre.

—¿Qué te paso? —preguntó un poco alarmada, Atenea se giró con rapidez y presiono aún más la herida de su brazo.

—Nada, solo tengo un pequeño rasguño— respondió algo cansada.

—Claro, tan pequeño que te rasgo el vestido. Déjame ver—Atenea le tendió el brazo a su compañera, quién abrió los ojos sorprendida al ver su herida. La piel alrededor del rasguño estaba enrojecida, la huella de cuatro garras aún permanecía fresca -y abierta- sobre su brazo y aún tenía sangre fresca sobre ella, también pudo ver algunos hematomas alrededor de la herida.

—Dios mío, ¡¿Cómo es posible que no nos dijeras sobre tu brazo?!—exclamo alarmado, su pequeño grito llego a oídos de Ander y Luca quienes no tardaron en acercarse.

Los Elegidos (Legado Elemental #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora