Capítulo 20

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Maddison


Cierro la puerta de mi habitación con fuerza y le pongo seguro para que nadie venga a molestarme.
Bufo con rabia y llevo una mano a mi mejilla, la cual mi madre golpeó.

Aún no lo puedo creer.

¿Cómo pudo preferir creerle a Camelia, cuando no la conoce lo suficiente? Me dejó como una mentirosa.

¡Y todavía quiere que me disculpe con ella!

Mi mejilla duele. Mi pierna duele. Pero duele más la desconfianza de su parte.
Observo la herida de mi pierna y, aunque no es la gran cosa, arde mucho.

Me dirijo al baño y me deshago de toda mi ropa. Tomo el pequeño botiquín de primeros auxilios y lo abro. Tomo algodón y agua oxigenada para limpiar y desinfectar la herida.

—Santa mierda. —gruño al hacer presión sobre la pierna—Arde.—inquiero en voz baja.

Tomo asiento en el borde de la bañera y continúo limpiando mi muslo.

Siento unos fuertea golpes en la puerta de mi habitación pero no me muevo.

—¡Maddison! ¡Abre la puerta!—escucho el grito de Matt.

Lo ignoro y termino de limpiar la herida de mi pierna. Tiro el algodón a la basura y tomo una gasa para cubir la zona. Le pongo cinta alrededor y listo.

—¡Maddison! ¡Abre ahora! —vuelvo a oír el grito de mi hermano mayor.

Vuelvo a mi habitación, en ropa interior, y cogeando un poco por las punzadas de dolor que se acentúan en mi pierna.
Tomo un pequeño reproductor de música y lo enciendo, poniendo una canción a todo volumen.
Ignoro los continuos gritos de mi hermano, y abro mi armario. Elijo ponerme un short de jean y una remera algo grande.

Me recuesto en mi cama, y me quedo oyendo las canciones aleatorias.

—¡Maddison, maldita sea! —se queja mi hermano desde el pasillo.—¡Abre la puerta o la tiro abajo! —me advierte.

—¡No seas idiota!—reconozco la voz de Taylor.—No quiere hablar con nadie, entiende. Necesita espacio para pensar y estar tranquila.—le dice.

Es justo lo que necesito: tranquilidad y soledad.

—Vendremos más tarde. —le deja en claro mi amiga.

Oigo sus pasos alejarse y suspiro con alivio.
Le bajo el volumen a la música, dejándolo muy bajito.

Abro el cajón de mi mesa de luz y tomo una pequeña botella de alcohol que tenía desde hace un tiempo ya.

La destapo y le doy un sorbo.
Tiene un gusto horrible.

La dejo sobre la mesa de luz y me pongo de pie, con algo de dificultad.

Avanzo hacia mi balcón y abro la puerta corrediza. Salgo y observo el cielo despejado.

—¡Oye, niña! —oigo el grito de la vecina Hastings desde el patio de su casa.

La observo y ella señala una de las ventanas de su casa.

—¡Tu hermano volvió a romper mi ventana!—grita. —¡Tendrá que hacer algo al respecto o hablaré con tus padres! —advierte.

Ruedo los ojos y no respondo.
Aaron siempre hace lo mismo.

Vuelvo a mi habitación y suelto un sonoro suspiro.

¿Quién hubiese imaginado que Camelia haría algo como lo que hizo? Tan Santa y tranquila que parecía.
Finalmente demostró su verdadero rostro ante mí. Y fui yo quien quedó como la mala.

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