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Alguien tiraba de ella con insistencia. Sus ojos estaban a punto de cerrarse y cada parte de su cuerpo parecía adormecida.

Daba pasos inseguros, tambaleándose de un lado a otro en el pasillo. ¿Aquella era su casa? No lo recordaba con seguridad.

Una fuerte voz interior le suplicaba que reaccionase, que de alguna u otra forma clamara por ayuda. Pero las palabras apenas salían como nefastos balbuceos.

Su muñeca dolía por la fiereza con la que aquel sujeto la mantenía a su lado.

Intentó buscar su rostro, reconocerlo de algún lado. Pero simplemente no podía, su mente estaba en otro mundo, un universo completamente espeluznante y extraño. —. ¿Don... dónde vamos...? — Logró articular con dificultad.

— A tu cuarto.

¿Mi cuarto? ¿estamos en casa? — Se pregunto aún confundida. —. A-Adri... Adrien. — Mencionó, orando porque fuera él quien le hablaba.

El hombre se detuvo frente a la puerta de su habitación. —. No vuelvas a llamarme así. — Sentenció, abriendo impaciente y obligándola a ingresar junto a él.

Dentro de cuarto la penumbra era incluso más inquietante. Se quedó de pie en medio de la nada, tanteando la pared para lograr sujetarse y no caer ante los repentinos mareos que venían a su cabeza cada dos por tres.

Unas firmes manos apretaron su cintura, tan fuerte que por un momento pensó que dejarían marcas en su piel, marcas que no le agradarían a su novio, marcas por las que se preocuparía y solo entonces pudo recordar que él aún aguardaba por ella.

— A... Adrien... — Balbuceó, observando la luz que se filtraba por debajo de la puerta. —. Adrien... — Volvió a llamar, intentando alcanzar la manilla. Pero de pronto, sin previo aviso aquel hombre tiró de su muñeca, obligándola a voltear y con fuerza estrelló sus labios contra los de ella en un beso que se alejaba bastante de los tiernos, dulces y suaves labios que tanto amaba.

En vez de eso, el contacto fue agresivo y dominante, repugnante.

No había cariño en esa muestra de afecto, no encontró ese amor al que tanto se había acostumbrado. Solo halló deseo y satisfacción por parte de él.

Hizo una mueca e intentó despegar la cabeza. —. No... — Pensó. —. No es Adrien. — Abrió los ojos, intentado una vez más reconocer la silueta que la mantenía prisionera. —. No es Adrien. — Volvió a repetirse. —. Tiene que ser una pesadilla...

Su cabeza se llenaba de frases, gritos de ayuda y crecientes deseos de escapar. —. No... — Fue lo único que salió de sus labios cuando su habla se vio dominada por la ansiedad y la angustia que se reflejaba en el nudo en su garganta.

Sus piernas parecían de lana, y el caminar se le hacía imposible. Tenía miedo, por primera vez en su vida sentía un terror tan grande como para verse dominada por el.

Las grandes manos fueron a parar a su vestido, levantándolo hasta dejarla en nada más que ropa interior y posteriormente fue empujándola hasta que cayó sobre el lecho.

La penumbra hacía todo mucho peor y Marinette rezaba por despertar de la pesadilla que vivía en esos instantes, aferrándose a la idea de que no debía ser más que un terror nocturno, uno que se sentía demasiado real.

De un instante a otro, sintió como los dedos del extraño palpaban su zona más sensible y por instinto intentó cerrar las piernas. Pero aquellas manos eran mucho más fuertes y casi sin previo aviso la tocó.

Un asco feroz se instaló en su garganta y las lágrimas ya no soportaron otra aberración, saliendo descontroladas entre quejidos repletos de pena. —. D-déjame... — Susurró bajito.

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