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Los aplausos inundaron el salón cuando el desfile se dio por terminado. La multitud se levantó y una música de ambiente adornó la velada.

Ladybug imitó a los demás, pero caminó en una dirección diferente, concretamente hacia la salida.

Adrien detuvo a su padre desde el hombro apenas comprendió el objetivo de la muchacha. — Se está marchando... — Dijo, rogando por que hiciera algo.

El hombre atendió al llamado de su hijo, suspirando en el proceso de forma amarga. Una parte de él lo impulsaba a atar los cabos sueltos que el tormentoso pasado dejó, pero al mismo tiempo estaba aterrado de ello, puesto que el constante rechazo de Marinette era una de las cosas que más le afectaban. Aquellas miradas frías y palabras vacías era lo que día a día lo hacían sentir más culpable.

— Sabía que esto pasaría. — Murmuró un tanto decepcionado, un tanto molesto. — Déjalo. — Sentenció para luego intentar seguir con su camino, pero el rubio no se vió capaz de hacerlo.

Dio media vuelta, convencido de poder alcanzarla antes de la salida y así fue. — Señorita... — Llamó exaltado. — Mademoiselle... — Volvió a intentarlo. — ¡Ladybug! — Gritó y ella se detuvo.

Marinette sudaba frío, había estado segura de que Adrien la evitaría a toda costa, pero en ese momento parecía querer encararla y aquello no era para nada beneficioso.

Agradeció a la penumbra, intentando esconder sus ojos tras el flequillo largo, y se aseguró de evitar sacar su verdadera voz a la luz. Pero cuando finalmente volteó, se encontró con la imagen más bella que pudo regalarle la noche; Adrien estaba extendiéndole una copa de champán, ensanchando su brillante y blanca sonrisa que inconscientemente la hizo suspirar. Aquel traje negro le sentaba de maravilla, los zapatos relucían por sobre el suelo y su cabello estaba perfectamente desordenado, tal como a ella le gustaba.

Su corazón se aceleró de tan solo verlo. Habían pasado un par de días desde que no sentía su calor, acariciaba su piel o besaba sus labios. Sentía una eternidad sin presenciar los verdes que tan loca la volvían.

Con un temblor casi imperceptible agarró la copa, bebiendo sin despegar su mirada entre los delgados hilos que libres caían por su frente.

Sonrió con los labios negros que había escogido para la ocasión y Adrien le devolvió el gesto.

Estaba asustada, aterrada de que el chico la reconociera, sin embargo, por el momento todo parecía estar en calma. — ¿Piensas en marcharte? ¿Tan pronto? — Preguntó el rubio con la esperanza reflejada en sus verdes.

Ladybug dudó, relamiéndose al no tener la capacidad de decidir. Sabía perfectamente cuál era su posición y lo expuesta que estaba, más el angelical rostro que tenía frente a ella disipaba cualquier temor. — Solo un rato... — Se dijo a si misma y ahorrándose las palabras se aventuró junto a él.

Los ojos del chico se iluminaron, ansiosos y felices. Caminaron de vuelta a la a fiesta, pasos lentos y sincronizados, Marinette se preguntó una y mil veces como es que Adrien podía ser su sol incluso de noche. Brillaba más que cualquier otro hombre, mucho más que cualquier otra persona, incluso mucho más que ella y no le molestaba en absoluto.

— Es una linda noche, ¿no? — Comentó el joven, observando la apetitosa comida que adornaba las numerosas mesas del establecimiento.

La chica asintió, deteniéndose en un punto para alcanzar una de las frutas bañadas en chocolate y llevarla a sus labios como una notoria provocación a su contrario. Adrien se limitó a desviar la mirada, resguardando las pecaminosas ideas en lo más profundo de su mente.

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