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Adrien estaba en las nubes, no terminaba de creer que aquella realidad con la que soñó más de una vez estuviera cumpliéndose justo frente a él. Agradeció al cielo de que las posibilidades de que alguien los interrumpiera fueran casi nulas.

Ella lo besaba sin piedad, acariciando su torso aún enfundado en la blanca camisa, revolviendo su cabello, refregando sus cuerpos y él no sabía cuánto más podría aguantar tal tortura.

Quería tocarla, de pies a cabeza como nunca había tocado a una mujer, basarla donde nunca había besado a una e intentar un millar de cosas que pasaban por su ya poco inocente y rubia cabeza.

La azabache era ese fruto prohibido que estaría dispuesto a probar sin importarle las represarías, perdería una costilla por ella, bajaría al infierno por ella y no le importaría traspasar unas cuantas acciones a su nombre si tanto las necesitaba.

Adrien era un imbécil enamorado.

Marinette se posicionó sobre él, recorriendo sus mejillas con la yema de sus dedos, observándolo con ese peculiar brillo que solo tenía en la excitación. Él no resistió mucho más aquel rostro sediento de placer y la rodeó con ambas manos antes de saborear sus labios en un osado besó que por fin se dio el valor de dar. — ¿Aún está en pie la oferta de tocar? — Preguntó con sus frentes juntas.

— Tienes suerte, estaba a punto de expirar.— El joven sonrió dichoso desasiéndose de ese aire infantil tan característico de él. — Así que dime... — Murmuró la chica sobre su barbilla. — ¿Te gusta el sexo rudo?

— ¿El sexo rudo? — Sus ojos verdes la observaron con confusión mientras intentaba hacer un lugar en su mente para todas las ideas perversas que comenzaban a dominarlo.

— Sí. — Rió con dulzura. — Quiero decir; ¿Como te gustaría?

— Quiero hacerte el amor. — Confesó con algo de vergüenza a pesar de que su voz se oía en extremo pasional.

Ella lo observó seria, de todas las cosas que Adrien le podía pedir esa era la única a la que no estaba dispuesta por el simple hecho de que ella no tenía idea de cómo se hacía el amor.

Alya le había explicado en múltiples ocasiones que aquello era mucho más pasional, que no solo se buscaba el placer propio y habían sentimientos de por medio. — Sentimientos de por medio. — Pensó la chica y esa sola frase la espantó. — No vas a hacerme el amor. — Declaró contra él.

Adrien sonrió, ¿aquello significaba un reto?

La tomó de las muñecas obligándola a girarse hasta caer bajo su cuerpo, de un momento a otro el rubio ya se encontraba sobre ella y Marinette tenía una cara de desconcierto fatal. — Voy a hacerte el amor, Marinette. — Contradijo él con una voz tan ronca que casi parecía un ronroneo.

Comenzaba a sentirse embriagado, a sacar a esa persona que solo lograba salir a flote con alcohol en sus venas.

Acarició su negro cabello y lo peinó con los dedos, admirando lo radiante que lucia atacada por el placer.

Ella, aún impresionada por el repentino cambio de actitud, se aferró con sus piernas a la cadera del chico, envolviéndolo y dándole la respuesta afirmativa que tanto necesitaba. — ¿Y cómo es hacer el amor, Adrien? — Preguntó hipnotizada por el increíblemente sensual ser humano que estaba sobre ella, sin creer que había una diferencia notable entre los dos lados de la misma moneda. — Por qué si vas a metérmela, es de sexo de lo que hablamos.

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