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Su cabello se meció siguiendo al viento justo cuando sus ojos recorrieron al hombre de pies a cabeza. Estaba vestido tan formal y pulcro como Adrien, todo su traje relucía, todo a excepción de sus rodillas cubiertas de lodo. Marinette dedujo que había estado arreglando las flores, aunque se le hacía extraño que ensuciara su costosa vestimenta por algo tan banal como un arreglo floral.

En su mano izquierda mantenía sujeta una pequeña regadera perteneciente al recinto y en la derecha un exótico puro. — Gabriel. — Dijo tan neutral como pudo en forma de saludo y este asintió correspondiéndole.

— No esperaba encontrarte aquí este año. — Exclamó él acercándose a la tumba, Marinette por su lado retrocedió inconsciente de sus acciones. — Creí que ya no la visitabas.

— Vengo todos los años. — Sentenció firme, sin apartar sus ojos repletos de odio, como si sus palabras fueran dirigidas hacia el lider del ejército enemigo.

— Deberías llamarme. — Dijo regando las flores con cuidado, atento a cómo cada gota se impregnaba sobre las delgadas hojas y pétalos. — Es mucho más doloroso hacer estas cosas solo, ¿Sabes? — Su voz sonaba cálida. Pero tan lastimera como temía.

— Estoy bien. — Fue lo único que salió desde los labios de Marinette y el mayor soltó un suspiro resignado.

Aquella chica de cabello tan negro como la fría noche siempre se había comportado arisca con él. Fue precisamente en ese punto cuando se lo preguntó; ¿cómo sería el trato de la azabache después de descubrir las cosas que había hecho por ella?

No se trataban de grandes esfuerzos. Más bien eran simples temas relacionados con el dinero, mismo que le sobraba.

Aquellas "ayudas" iban desde pagar sus estudios hasta darle una constante mensualidad a Anarka para que llevara a cabo el cuidado de la pequeña huérfana de tan solo doce años. Pasando por regalos en diversas festividades e incluso atenciones médicas.

Después de todo había responsabilidad sobre sus hombros. O por lo menos, así era como lo sentía Gabriel.

La observó quieta frente a la tumba, como si no pudiera mover ni un solo hueso producto del frío, pero en realidad lo que hacía temblar a Marinette era la presencia del mayor de los Agreste. — ¿Podrías darme las rosas? — Pidió amable, extendiéndole su mano, con una sonrisa que esperaba, se contagiara a la chica.

Ella obedeció y como si Gabriel estuviera infectado de algo sumamente contagioso, evitó el contacto casi soltando el ramo en el aire.

El hombre se inclinó, arrodillándose otra vez y una a una fue dejando las rosas en el lugar correcto, creando así una hermosa composición junto al arreglo que él mismo había traído.

Gabriel era un gran diseñador y aunque la chica lo odiara deseaba algún día alcanzar la magnificencia visual que él lograba en cada uno de sus trabajos. — Por cierto... — Habló con sus ojos atentos a la obra. — Gracias por contemplar a Adrien dentro de la próxima colección. — Habló sincero.

— Es un buen chico. — Declaró siguiendo cada uno de los movimientos del de canas, desde que dejó el suelo, hasta que su espalda estuvo perfectamente recta otra vez.

— Tienes razón, un buen chico y no tengo la menor idea de quién lo heredó. — Musitó levantando su mirada hasta el cielo.

— Su madre debió ser una gran mujer. — Agregó con los azules perdidos en la lodosa superficie.

— No te imaginas, Adrien es idéntico a ella en todo sentido. — Esbozó una sonrisa cuando su mente lo transportó a diversos recuerdos, algunos tan agradables como otros algo dolorosos. — Para nosotros, los padres, es casi un regalo que nuestros hijos se parezcan a su madre... Por lo menos para mi lo es. — Rascó la parte trasera de su cuello, al igual como Adrien lo hacía. Marinette jugó con sus dedos nerviosa, queriendo salir corriendo de ese lugar. No estaba para nada cómoda. Sin embargo algo la impulsaba a quedarse, sentía que las palabras del hombre frente a ella eran sumamente importantes. — Como si aún estuvieran aquí, cuidando de mi cada día. — Susurró aquella frase y dio una calada rápida, sopesando en sí soltar lo que su mente le gritaba cada vez que el pasado se materializaba. — Agradezco tener a Adrien para recordar a Emilie, así como agradezco tenerte a ti para recordar a Sabine. — La observó directamente a los ojos, esperando una reacción, algo que le diera indicios sobre lo que pasaba por la misteriosa cabeza azabache.

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