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Abrió los ojos con cierta vacilación, las ganas de volver a dormirse eran tentadoras, demasiado como para el exquisito aroma que la envolvía, aquella fragancia que solo le pertenecía a una persona en específico. Le buscó con su mano, removiendo las sabanas ásperas casi desesperada, sin embargo aquel chico no estaba junto a ella, en su lugar Marinette descansaba en una incómoda camilla de hospital con una de las chaquetas de Adrien cubriéndola.

Observó las paredes blancas, el reloj colgado en una, intentando discernir si había pasado un día o tan solo unos minutos desde la última vez que se había fijado en la hora e intentando adivinar el porqué se encontraba allí, hasta que a lo lejos a través del ventanal logró divisarlo, apoyado en una de las paredes del corredor y todo pasó por su mente como la más tétrica película de horror.

Estaba junto a Alya, ambos depositando su vista en el hombre de bata blanca que asumió, era un médico.

Por fin pudo respirar.

Adrien estaba sano y a salvo, con ciertas heridas en su rostro, uno de sus brazos sujeto a un vendaje y otro poco de tela envolviendo su cabeza.

Lo observó en silencio, guardando cada uno de los detalles de aquel bonito y sereno rostro.

De pronto el médico soltó algo, una frase que Marinette no alcanzó a oír, pero que había desencajado la mandíbula del rubio y llenado sus ojos de miedo, a la vez que Alya no pudo hacer más que dar unos cuantos pasos, tirando de sus cabellos de forma histérica.

Lo siguiente que sucedió la dejó deseosa de volver a hundirse en el mundo de los sueños.

El chico la observó por inercia a través del vidrio, sonriendo con verdadera felicidad al verla despierta junto a traicioneras lagrimas que pronto abarcaron sus mejillas, lágrimas que sin duda no alcanzaban a ser de felicidad. Más bien de dolor y angustia.

Y ella, dada aquella expresión, solo pudo suponer que algo estaba realmente mal.

Unos cuantos segundos transcurrieron entre que sus amigos y el profesional se aventuraban al interior de la sala.

Fue cuando entonces se fijó en su cuerpo.

Tenía una bata idéntica a la que uso la última vez, luego de esa tormentosa noche en la que un extraño había abusado de ella, sin embargo aquel incidente jamás iba a ser visto de la misma forma, no desde que oyó la verdad pues en esos instantes aquel extraño tenía un rostro y un nombre, uno que jamás imaginó, señales y red flags que para entonces era tan obvias como para pasar desapercibidas.

— Hey... — La tenue y calmada voz de Adrien logró sacarla del prominente ataque de pánico que parecía avecinarse.

Aquellos verdes no se apartaban de ella, en una mirada apenada pero al mismo tiempo agradecida. Marinette no estaba segura de porque, pero ver el miedo y la ira fuera de las facciones de Adrien era algo sumamente tranquilizante. —. ¿Cómo te sientes?

Suspiró, aferrándose a la mano del rubio con codicia y aún somnolienta, solo fue capaz murmurar un diminuto "lo siento".

Adrien negó, como si aquella palabra le pesara de forma gigantesca. —. No te disculpes, princesa. — Sonrió, besando los nudillos de la misma, acto seguido dejó el lugar para ahora ser Alya a quien pudiera dedicarle atención.

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