Capítulo 2

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Ayayayayayayayayay que creo que este capítulo (aunque cortito) os va a gustar.

¡Nos vemos el lunes flores! Porque los Lunes será el día que SEGURO actualizaré.


Aún podía sentir esa falta a pesar de que hubieran transcurrido diez años desde su muerte. A pesar de que me hubiera marchado de la ciudad para realizar mis estudios universitarios y que la distancia me hubiera obligado a estar más tiempo separado de mi hermano mayor, siempre habíamos estado lo suficientemente unidos para notar esa falta, esa carencia que ahora sentía y sobre todo porque yo ocupaba su lugar. Un lugar que le correspondía solo a él, un sitio que había sido predestinado para él y una corona que no debía llevar mi nombre, sino el suyo.

Todo había cambiado tras su muerte y probablemente nada fuese a ser igual. Un silencio prolongado y sombrío se había cernido sobre palacio tras su fallecimiento. Mi padre seguía gobernando aparentando normalidad, como si la muerte de su primogénito no fuera un yugo que llevar sobre sus hombros y su conciencia por sentirse culpable de la muerte de su hijo. Mi madre en cambio no había ocultado ni tratado de aparentar normalidad alguna, durante todo un año se mantuvo casi recluida en sus aposentos, como si el resto del mundo no existiera y cuando comenzó a salir de aquel prolongado luto, todos nos dimos cuenta de que no volvería a ser la misma y que aquella mujer amable, generosa e incluso divertida, jamás regresaría. Nadie osaba decirle nada al respecto porque todos entendíamos ese dolor que padecía... y conforme fue pasando el tiempo aquel carácter simplemente se agravó hasta convertirse en lo que hoy día era; una pesadilla para mi.

El sonido de la puerta de mi despacho me devolvió a la realidad sacándome temporalmente de aquel trance.

—¿Si? Adelante —pronuncié en un tono de voz lo suficientemente firme para que me escuchara la persona que estuviera tras la puerta.

—Buenos días querido. —La voz de mi madre entró en aquel despacho que se había convertido en mío en el momento de mi coronación. Cuando era pequeño solía entrar en esta misma habitación pensando que un día sería de mi hermano y deseando poder tener yo mismo mi propio despacho... quien me diría las vueltas que iba a dar la vida y que yo terminaría siendo quien me sentara tras aquella mesa de madera robusta en la que ahora me encontraba.

—Buenos días, madre, ¿En qué puedo ayudarla? —respondí en el mismo tono cordial de ella y bajé la mirada hacia los correspondientes informes que tenía a la vista y que debía firmar inmediatamente.

—Verás... —comenzó a decir un tanto dudosa y dubitativa. Sabía que eso era malo, malo de verdad, porque volvería a insistir de nuevo en que debía casarme y no con cualquier novia de buena familia y posición, sino con una en concreto que estaba muy lejos de ser la mujer que yo elegiría para pasar el resto el resto de mi vida a su lado—. Próximamente será tu trigésimo tercer cumpleaños y tanto tu padre como yo hemos hablado que va siendo hora de que sientes la cabeza. A tu edad tu padre ya llevaba siete años casado y con tan solo tres años más que tu fue proclamado rey.

—Madre —La interrumpí apartando la mirada momentáneamente de aquellos papeles y alzando el mentón—. Creo que aún soy lo suficientemente joven para casarme y no veo que padre esté demasiado débil para cumplir sus funciones. Entiendo su preocupación, pero no es necesario.

—¡Lo es! —exclamó como si tuviera que tener la razón. Si había algo que destacar en la reina Margoret era su tenacidad, cuando algo se le metía entre ceja y ceja no había forma humana de hacerle ver lo contrario y ahora parecía especialmente empeñada en casarme con su sobrina Annabelle, cuando por más que había intentado forzar las cosas con mi prima lejana, era imposible que pudiera sentir algo más que un leve cariño familiar hacia ella. No deseaba una mujer superficial en mi vida, que por muy bella que fuera por dentro sencillamente no hubiera nada apreciable por dentro. No iba a pasar el resto de mi vida al lado de alguien a quien no admirase, a quien ni tan siquiera respetase y a quien mucho menos amase.

—Solo porque a usted se lo parece... —insistí.

—Annabelle es perfecta para ser tu esposa y la futura reina de Liechtenstein. No encontrarás a ninguna mujer mejor preparada que ella para lo que representa ser tu esposa y sé que al final tú lo sabes tan bien como yo. Por eso he pensado que quizás... quizás sería una buena idea anunciar vuestro matrimonio en el baile del bicentenario —soltó así sin más.

—Eso será solo dentro de unos meses... —susurré y sentí que mi futuro se volvía oscuro y aterrador. Sabía que si ella se empeñaba, si de verdad se le metía en su cabeza que anunciase aquel compromiso, finalmente lo haría y mi vida se convertiría en un completo infierno del que jamás escaparía.

Notaba como mi garganta se resecaba, mi respiración casi era inexistente y mis manos comenzaban a exudar. Probablemente me había quedado estático y sin saber qué decir, pero me negaba a ese matrimonio, me negaba rotundamente.

—No estoy seguro de que Annabelle sea la mujer indicada, madre. Se lo he dicho varias veces y usted parece no interesarle —insistí.

—Tonterías... —susurró—. Ella es perfecta y punto. Será tu esposa Bohdan, una madre conoce a su hijo lo suficiente para saber que le conviene, y yo sé lo que te conviene y es Annabelle.

Sabía que nada le haría cambiar, era consciente de que ninguna excusa sería válida para ella y en cuanto salió por aquella puerta me dejé caer sobre la silla dejando caer la pluma estilográfica con la que estaba firmando aquellos documentos.

«Antes prefiero morirme que casarme con esa arpía mimada y consentida» musité mentalmente mientras miraba hacia el techo que estaba impecablemente blanco.

No tenía ni idea de que iba a hacer, ni tampoco que iba a inventarme para eludir ese matrimonio, pero como que me llamaba Bohdan Vasylyk I que no me casaría con la pedante de Annabelle así tuviera que hacer un pacto con el diablo.


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