Capítulo 51

94.1K 11.4K 633
                                    

Sentí instantáneamente sus manos en mi pecho, pudiendo percibir cada uno de sus dedos acariciando mi piel y aquella sensación me volvía completamente irracional

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sentí instantáneamente sus manos en mi pecho, pudiendo percibir cada uno de sus dedos acariciando mi piel y aquella sensación me volvía completamente irracional. En el momento que percibí sus dientes apresando la carne de mi piel jadeé ante aquel desazón de su ardor. Me volvía débil ante aquella mujer y me daba absolutamente igual.

Noté su empuje y caí sentado sobre aquella cama mientras no podía dejar de observar detenidamente cada uno de sus movimientos, perdiéndome en cada rasgo inaudito de belleza que emanaba su rostro y sus ahora celestes ojos incendiados en pasión. Conforme bajaba con sus labios por mi pecho, mi desazón era aún más creciente, esa posesividad con la que deseaba tenerla se incrementaba hasta creer que de un momento iba a explotar.

Iba a gritar. No podía contenerme ni un solo segundo más ante la imperiosa necesidad de poseerla por auténtico ardor que me estaba creando al rozar mi entrepierna. Estaba expectante, impaciente y casi al roce del abismo cuando acogió mi miembro entre su mano y después de masajearlo vi como abría la boca para introducirlo en aquella cavidad que solo sabía conceder placeres.

—¡Dios! —grité al sentir sus labios apresando firmemente la carne y jadeé de auténtico placer y dejándome arrastrar a ese abismo al que ella me estaba conduciendo.

«Por favor no pares» quería rogar y en cambio llevé de forma inconsciente una mano a su cabeza para instarle a proseguir con aquella fuente de placer.

Aquello era pleitesía en estado puro, un autentico sueño en el que no estaba seguro resistir mucho más porque ella me embriagaba hasta tal punto que no podía contenerme, así que urgiendo de entre mi interior una posesividad inaudita, alargué la mano hacia la chaqueta donde llevaba un par de preservativos como medida preventiva porque sabía que no me iba a poder resistir a ella y en el momento que rasgué uno para colocármelo vi como Celeste se incorporaba para deshacerse de su ropa interior. Verla desnuda era como vislumbrar a una auténtica diosa griega en su más absoluta belleza. Cada pequeña imperfección en su cuerpo era adorable, pero más que eso... tenía una esencia tan embriagadora como indescriptible. Probablemente existían muchas mujeres tan hermosas o incluso más que ella según otro tipo de cánones, pero ninguna, absolutamente ninguna podía emanar ese espíritu que ella poseía y que a mi me había conquistado.

Para mi autentica sorpresa y deleite, se colocó a horcajadas sobre mis muslos antes de que pudiera lanzarla sobre la cama para poseerla, sino que la inesperada reacción de ella por tomar el control me dejó tan absorto que solo pude sonreír al saber que esa mujer jamás dejaba de sorprenderme. En el momento que sentí como me hundía en su interior su boca, a tan solo unos milímetros de la mía jadeaba al mismo son que de forma inconsciente lo hacía yo, fusionándonos en uno solo y abrasándonos por completo con aquella unión.

—Definitivamente me vuelves loco —susurré apretándola contra mi, queriendo que percibiera hasta qué punto ella me volvía inconsciente y febril como nadie jamás había logrado y a pesar de saberlo estaba completamente dichoso de que fuera así, porque ella me hacía conocer el éxtasis en todo su apogeo.

—Entonces volvámonos locos los dos —contestó conforme alzaba aquellas nalgas creadas para el pecado y volvía a hundirse provocando que gimiera de puro placer.

El vaivén de sus movimientos era condenadamente excitante y su olor inundando mis fosas nasales provocaba una mezcla de absoluto desconcierto que me tele transportaba a un paraíso terrenal del que no me apetecía en absoluto escapar. Saber que ella gozaba intensificaba mi propio placer hasta niveles extremos, por lo que me hacía insaciable hasta el punto de aumentar el ritmo en un frenesí sin precedentes y entonces la oí gritar mi nombre provocando que no soportara ni un solo instante más abandonarme al éxtasis del culmen junto a ella.

Una sola vez no iba ser suficiente, necesitaba decenas, cientos, miles de noches llenas de pasión para conseguir saciarme de aquello que ella me brindaba y que con tanto ahínco yo apresaba. Cada vez que ella gritaba mi nombre cuando alcanzaba aquel orgasmo sentía que me acercaba un poco más a ella, que estaba más cerca de hacer que se sintiera algo por mi.

Fue una noche larga, intensa, especial en la que pude percibir como se abandonaba a mis brazos, como se dejaba arrastrar al abismo que nuestros cuerpos consumaban y la sentí mía... mía de verdad. Esa noche era el comienzo, el inicio de ese todo que no pensaba dejar que nadie estropeara o marchitara. Tenía claro que por más que interfirieran en esa relación que manteníamos, por más impedimentos que encontraran, iba a solventar cada uno de ellos hasta lograr que ella al fin me aceptara.

«No creía en el destino... hasta el día que apareciste en mi vida Celeste Abrantes» susurré en mis pensamientos mientras la arrastraba hacia mi porque necesitaba sentir el calor de su cuerpo cerca del mío.

La plenitud de la satisfacción por saciar mi cuerpo era evidente, pero nada era más ínfimo y acogedor que sentir su cuerpo sobre el mío, el olor de su piel impregnando mis sentidos y la suavidad de su respiración acariciando mi cuello provocando ligeras cosquillas.

Firmaría ahora mismo por garantizar que cada una de mis noches ella estuviera junto a mi de ese modo. Fui consciente en ese instante de que por ella era capaz de renunciar a absolutamente todo.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El Príncipe Perfecto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora