Capítulo 32

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¡Hola mis bellas! Ayer no di más de sí y por eso no subí el capítulo... que lo disfrutéis florecillas porque en el siguiente arderá TROYAAAAA y la cama donde duermen estos dos!!

 que lo disfrutéis florecillas porque en el siguiente arderá TROYAAAAA y la cama donde duermen estos dos!!

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—¿Entonces es... seguro? —Volví a insistir para estar completamente satisfecho con la respuesta.

—Ummm, si —contestó sin rodeos con una expresión en el rostro que no dejaba lugar a duda.

¡Joder!, ¡De pronto tenía ganas de abrazarla y saltar de alegría! Estrecharla entre mis brazos y no dejar que se me volviera a escapar de ellos. A esas alturas poco me importaba lo que dijese alguien porque no levantarían ningún muro entre esa morena de ojos celestes y yo.

Tal vez no podía disimular que saberlo había supuesto una alegría, pero más que por el hecho de que aquel supuesto niño no fuese mío, era por lo que había supuesto de ella, sin embargo me daba cuenta de que la había juzgado mal a la primera de cambio, de que ni tan siquiera le había dado una oportunidad antes de tiempo, sino que me había frustrado conmigo mismo por enamorarme tan fácilmente de una mujer que solo pretendía aprovecharse, cuando en verdad ella sí era distinta... diferente y eso me embriagaba hasta el punto de querer desear confesarlo abiertamente.

No pretendía decirle que la quería a mi lado o que me gustaría que entre nosotros surgiera algo, probablemente para ella supusiera un gran cambio, pero no podía negarle que me gustaba y que de hecho me moría por volver a probar sus labios.

En el momento que iba a decirle lo realmente hermosa que estaba alguien se acercó a nosotros y el sonido de mi voz se vio apagado por la presencia de aquel joven bastante corpulento.

—¡Celeste! —exclamó llamando su atención.

—¡Hola Miguel! —contestó ella y supe que debía conocerle.

Por la forma en la que el tipo la miraba deduje que a él le gustaba lo que veían sus ojos, pero no podía culparle, ¿A quién no? Yo estaba mucho más que encantado con que ella fuese mía.

En el momento que aquel tipejo se abalanzó sobre ella para abrazarla, el sentimiento de unos celos firmemente potentes me avasalló.

«¿Quién demonios era ese tipo para estrecharla de aquel modo delante de su pareja?» pensé apretando los puños, porque ganas no me faltaban de empujarlo y mantenerle lo suficientemente alejado de su pecaminoso cuerpo.

—Ejem —carraspeé y después tosí a posta para llamar la atención por si existía la duda de que hubiera pasado desapercibido.

Lo único que pretendía en aquel momento es que si aquel tipo no conocía de mi existencia, lo sabría quisiera o no.

—Miguel... te presento a...

—Su prometido —dije terminando la frase por ella y rodeándola por la cintura para evidenciar lo que significaba la palabra.

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