Capítulo 40

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Abrí los ojos y noté esa sensación de calor pegado a mi cuerpo, tarde varios minutos en ser consciente de que aquellas formas suaves que se adaptaban y encajaban perfectamente con el mío eran de aquella diosa de ojos claros y cabello tan negro com...

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Abrí los ojos y noté esa sensación de calor pegado a mi cuerpo, tarde varios minutos en ser consciente de que aquellas formas suaves que se adaptaban y encajaban perfectamente con el mío eran de aquella diosa de ojos claros y cabello tan negro como el azabache. Sonreí sin ser realmente consciente de la razón por la que lo hacía, en el momento que mis ojos se adaptaron a la poca luz que había en el ambiente alcé mi rostro de tal forma que lo coloqué sobre el brazo mientras me apoyaba sobre el codo para tener una visión perfecta de sus facciones.

«Dormida es aún más bella» pensé mientras contemplaba la suavidad de sus músculos relajados, esos labios jugosos y rosados, aquella tez pálida y dulce al mismo tiempo, sus pestañas tan largas y negras que contrastaban enormemente con la blancura de su piel, todo ello envuelto en un rostro ovalado que enmarcaba perfectamente sus rasgos.

Podría pasarme todo el día observándola, hasta que eso me recordó que tenía una cita esa mañana y probablemente nadie supiera donde localizarme dado que no mencioné que no pasaría la noche en mis aposentos.

Tampoco me preocupaba, pero en cuanto me deslicé con cuidado de la cama y cogí el teléfono, comprobé que tenía varios mensajes sin leer de mi asistente, precisamente para recordarme la cita y saber donde me encontraba. Comencé a vestirme con cuidado de no hacer ruido para no despertarla y justo cuando me estaba terminando de abotonar la camisa escuché su voz somnolienta preguntándome si me marchaba.

Alcé la vista y mi corazón se aceleró al contemplar la dulzura con la que me observaba. Si pudiera congelar ese momento, retenerlo para siempre en una imagen que se guardara en mi cerebro, no quería uno, sino mil retratos de ella en aquel estado, era dulce y pasional al mismo tiempo, tanto así que no pude evitar acercarme a ella porque no podía pasar un segundo sin besarla.

—Tengo una conferencia dentro de una hora y aún debo prepararme —confesé robándole un beso—. Sigue durmiendo, aún es temprano. Lamento haberte despertado preciosa.

Noté como se estiraba y trataba de incorporarse aún más, como si realmente no pretendiera seguir durmiendo.

—Si me llamas tanto preciosa voy a terminar por creer que lo soy. —Su voz evidenciaba que no creía realmente lo fuese.

—¿Y por qué razón no habrías de creerlo si lo eres? —pregunté algo que para mi era más que evidente. Tal vez no tendría esa belleza exuberante de la que tanto se hacía alarde en las modelos de pasarela, pero desde luego ese tipo de mujer no me atraía, sino más bien el perfil que parecía más real, más autentico y sin tanta cirugía o silicona de por medio.

—¿Tú me has visto bien? —exclamó y no pude evitar mirarla ya que me había estado colocando la chaqueta y había apartado ligeramente la vista.

¿Si la había visto bien? Mejor hubiera sido preguntar si no me había dejado algo sin ver... solo con recordarlo el calor comenzaba a abrasar mi cuerpo.

—Diría que te he visto muybien —mencioné recorriendo con mis ojos aquel cuerpo y sabiendo que estaba completamente desnuda

Tenía que irme. Era consciente de que incluso aunque me fuese en aquel instante llegaría tarde a la conferencia que tenía a primera hora de la mañana, pero resultaba inevitable, más aún si recordaba los placeres que en aquel cuerpo y sobre aquella cama me aguardaban.

—¿Seguro? —preguntó entonces con aquel tono sugerente que comenzaba a prenderme por completo.

—Tengo que irme... —gemí exasperado, sabiendo que el deber me llamaba y que supuestamente dicho deber quedaba por encima de mi propio placer.

—¿De verdad? —jadeó y vi como se llevaba un dedo a la boca, lamiéndolo lentamente mientras me observaba con aquellos ojos oscurecidos por el deseo, colapsados de auténtico placer.

En ese momento exploté, Me daba igual la conferencia, quien asistiera, mi asistente, mi madre, la propia Anabelle y todo aquel que se interpusiera entre Celeste y yo. Lo que sentía no era normal y sabía de sobra que jamás lo había sentido con tanta intensidad.

—¡A la mierda la conferencia! —grité quitándome la chaqueta de un movimiento y lanzándola lejos a alguna parte donde juraría que no terminaría bien parada.

Me lancé sobre ella aferrándome a sus labios con fiereza, con tanto ímpetu que solo me aparté ligeramente por falta de oxígeno. Mordí suavemente su mentón, con reservas de querer marcarla por la intensidad con la que me hacía vibrar cada palmo de mi cuerpo, quería devorarla al mismo tiempo que la llevaba a la plenitud del éxtasis y ambos lo alcanzásemos al mismo tiempo. En el momento que me aparté lo suficiente para deslizar aquella sábana de su cuerpo y contemplar su desnudez, me embriagué de su cuerpo, de las curvas que lo conformaban tan sinuosamente y noté como el pantalón me apretaba aún más sintiendo la rigidez de mi entrepierna.

No tenía duda alguna de que ella era esa persona que me complementaba, que durante tanto tiempo había tratado de encontrar, pero hasta ahora no me había dado cuenta de la intensidad que sentiría cuando al fin la encontrase.

No solo era la atracción que pudiera sentir, sino el simple hecho de como ella me hacía sentir.

Celeste colocó un pie sobre mi pecho y lo acogí entre mis manos mientras comencé a dar pequeños besos desde el empeine, ascendiendo por su pierna con la intención de llegar a sus muslos y perderme entre sus piernas saboreando su delicioso sabor, pero antes de que pudiera hundir mi boca en aquella fuente de placer, el sonido de un teléfono cortó el silencio que nos acompañaba.

«¡Ring, Ring, Ring!»

—¿Quién es? —pregunté extrañado de que alguien la llamara a esas horas de la mañana.

—No es nadie —contestó rápidamente y el sonido de aquel teléfono se cortó. Inmediatamente después ella se incorporó para besarme con tanta intensidad que casi había olvidado porque había cesado en mis intenciones de hundir mi cara entre sus piernas, cuando su lengua se entrelazó con la mía la estreché entre mis brazos y tuve duda alguna de que ella deseaba tanto como yo aquello, que sin lugar a duda sentía exactamente como nos consumía aquella pasión que éramos incapaces de contener.

Deslicé mi boca sobre su cuello escuchando su jadeo cuando sonó de nuevo el timbre de aquel maldito teléfono.

La idea de que fuera algún exnovio celoso o alguien de su pasado que interrumpiera a dichas horas pensando que así la encontraría sola me molestó. Entendía que ella pudiera tener un pasado como mismamente yo lo tenía, pero quería ser su presente y futuro, sin que nadie más en el plano sentimental estuviera en el.

¿Desde cuando me había vuelto tan egoísta? Probablemente desde el mismo momento en que había descubierto que no deseaba compartirla y que era la única dueña de mis pensamientos.

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