Capítulo 59

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Por un segundo pensé en lo que acababa de hacer y por primera vez en mucho tiempo no había rechazado aquellas claras intenciones simplemente por el interés que se podía percibir en ellas, algo que en otras circunstancias quizá no me hubiera import...

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Por un segundo pensé en lo que acababa de hacer y por primera vez en mucho tiempo no había rechazado aquellas claras intenciones simplemente por el interés que se podía percibir en ellas, algo que en otras circunstancias quizá no me hubiera importado, pero lo cierto es que ese no había sido el motivo, menos aún que la susodicha fuera la propia prima de Celeste o que hacía tan solo cuestión de unas cuantas horas la había visto quedar furtivamente con un hombre a escondidas. La única y persistente razón era que mis palabras eran tan ciertas como que la tierra giraba alrededor del sol; no concebía que ninguna mujer me diera lo que me proporcionaba esa beldad de ojos celestes.

¿Hasta qué punto me obcecaba esa mujer para ni tan siquiera concebir el ligero pensamiento sobre otra?

Ciertamente no era mi mayor preocupación en esos momentos, sino deleitarme cada día que pasara a su lado y sorprendiéndome cada vez y con mayor audacia de su vibrante comportamiento.

En cuanto entré de nuevo en aquella humilde casa, la vi por la cocina. Su presencia ya se había vuelto inconfundible para mi, era como si hubiera creado un radar para detectarla o quizá era su aroma, que podía detectarlo a distancia. Me acerqué lentamente mientras la observaba sirviéndose una copa de vino tranquilamente, para mi bendita suerte estaba sola, así que pude acercarme lo suficiente a su espalda para rodearla.

—Estás aquí —mencioné en voz baja mientras apartaba el cabello que lucía sueldo sobre su espalda y lo dejaba a un lado liberando de esa forma su cuello nítido y blanco. Acerqué mis labios a esa parte de su anatomía y aspiré profundamente ese olor enloquecedor para después depositar un beso de forma suave, tanto que incluso logró estremecerme porque era consciente de cuanto la deseaba en ese instante.

—¿Todo bien? —exclamó entrecortadamente y percibí al instante que parecía nerviosa.

¿Tal vez fuera por la llamada?, ¿Quizá creería que deberíamos partir inmediatamente?

—Si —afirmé apretándola fuertemente—. Solo que no puedo retrasar más la vuelta y debemos volver mañana.

Esperaba que la noticia no la desilusionara, quizá prefería pasar unos días más con su familia.

—¿Quieres que vuelva contigo? —En su pregunta noté cierta sorpresa y al girarse completamente y observar su rostro pude percibir cierta incredulidad en su rostro.

¿Acaso lo dudaba? En mis planes no concebía la idea de volver sin ella, pero... ¿Y si aquella pregunta solo significaba que ella prefería quedarse? No iba a preguntarlo. No quería saber la respuesta. Ella tenía que regresar conmigo a Liechtenstein. Tenía que permanecer a mi lado y no porque la necesitara para tener una excusa frente a mi madre, sino porque realmente sentía que sin ella me faltaba algo.

—Por supuesto —afirmé y sonreí al saber que tenía la excusa perfecta sin ser incierta para que regresara junto a mi. Coloqué mis manos sobre sus mejillas y me acerqué hasta que mis labios rozaron los suyos, percibiendo enseguida su respuesta, lo que me incitaba a tener mayor creencia de que aquello no podía salir mal, de que yo no era indiferente para ella. Con un sobreesfuerzo humano separé mis labios de los suyos a sabiendas de que probablemente estaríamos siendo observados y me aparté lo suficiente para poder observar su hermoso rostro—. Eres mi esposa, ¿Recuerdas? —advertí sonriente sin dejar de mirarla, queriendo retener cada detalle de su expresión al recordarle un hecho que por inverosímil que pareciera, era real.

El Príncipe Perfecto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora