Capítulo 13

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¡Es lunes!, ¡Lunes de PRÍNCIPE!

¡Que disfrutéis florecillas bellas!

En ocasiones como aquella odiaba literalmente el estilo de vida que suponía ser príncipe heredero de un reino

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En ocasiones como aquella odiaba literalmente el estilo de vida que suponía ser príncipe heredero de un reino. Mi agenda estaba completamente colapsada de eventos, cenas, reuniones, actos sociales y viajes de política internacional que no me dejaban llevar una vida holgada o al menos socializar de la forma que a mi me gustaría.

Había aprendido en los últimos años que ese era mi deber, mi obligación y que no tenía más opción que acatar, pero quizá ese pequeño resentimiento de rebeldía solo estaba presente porque siempre creí que nunca tendría que cumplir con tales obligaciones y que estar a la sombra de mi hermano mayor me permitiría esa libertad que él no poseería.

Una de tantas de esas obligaciones era aquella cena formal en la que realmente se cenaba poco, porque realmente era un pretexto para conseguir ciertos acuerdos políticos. En aquella ocasión acudía en nombre de mi padre, puesto que él tenía otros asuntos de estado aún más importantes por lo que acudía yo en representación de la corona como siempre. Me apetecía enormemente no estar allí, sino estar en casa para variar puesto que normalmente huía de ese lugar, pero en aquella ocasión había alguien que sí me motivaba a desear volver, a querer regresar y no era ni más ni menos que esa joven española tan inusual al resto de chicas que había conocido.

Tal vez fuera esa la razón de su atracción, ella era muy diferente al resto; ocurrente y divertida al mismo tiempo. No intentaba ser superficial y menos aún guardar las formas en todo momento, ella era natural, sencilla y carismática a pesar del poco tiempo que hacía que la conocía, pero parecía tan transparente cada vez que la observaba. Había deseado besar esos labios cuando noté la rojez en sus mejillas debido a la vergüenza que había pasado durante el almuerzo. Para mi representaba un soplo de aire fresco y probablemente también para mi padre y Margarita también porque hacía demasiado tiempo que las risas no habían entrado en aquellos muros fríos que llevaban siglos en pie.

—Alteza, déjeme felicitarle por su compromiso —Escuché por parte de uno de los diputados de la cámara que se encontraba en aquella cena formal y del que solía tener un trato cordial—. Ha sido toda una sorpresa para todos, sobre todo por la nacionalidad de la afortunada y más aún que fuera plebeya.

—Gracias señor Hendrid. Creo que los tiempos han cambiado lo suficiente para saber que soy libre de elegir a la persona con la cuál deseo pasar el resto de mi vida. —No quise ser descortés, menos aún borde y contundente porque si algo tenía muy asimilado es que jamás podía dar una contestación condescendiente.

—Por supuesto alteza, solo puntualizaba la sorpresa que a todos nos ha supuesto el futuro enlace. Estoy seguro de que será una joven espléndida además de que todos hemos comprobado su magnífica belleza por la que no nos sorprende que se haya deleitado.

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