Capítulo 5

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¡Y resolvimos con este capítulo uno de los mayores misterios!

¡Qué disfrutéis florecillas!

—¡Has venido!, ¡He ganado la apuesta! —La voz de Carlos hizo que saliera de aquel trance parcial en el que me encontraba y apartase la vista de aquella desconocida absolutamente preciosa para ver la figura de mi amigo

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—¡Has venido!, ¡He ganado la apuesta! —La voz de Carlos hizo que saliera de aquel trance parcial en el que me encontraba y apartase la vista de aquella desconocida absolutamente preciosa para ver la figura de mi amigo.

—Si, justo he llegado ahora —contesté evadiendo el comentario a una supuesta apuesta. No me extrañaba que hubieran apostado si sería capaz de venir o no teniendo en cuenta las veces que les había fallado anteriormente.

—¿Viene ella contigo? —preguntó entonces Carlos y antes de que pudiera responder, la bella desconocida lo hizo por mi.

—No —negó y comprendí perfectamente que por algún misterio de la vida, ella sabía alemán—. Tu amigo me tiró todas las copas que llevaba encima, así que me las debe.

No pude evitar sonreír, su espontaneidad sumada al hecho de que conociera mi lengua materna había sido toda una revelación. Empezaba a alegrarme de haber venido más de lo que esperaba.

Le hice un gesto a Carlos con la cabeza indicándole que se marchara y que más tarde iría y acompañé gustosamente a esa belleza andante. Al menos en algo tenía razón, yo había sido el culpable de que se derramasen sus copas y lo que menos podía hacer era invitarla a tomar otra, aunque para mi fuera la excusa perfecta de pasar más tiempo con ella.

—¿De donde eres? —Le pregunté en cuanto nos acercamos a la barra.

—España, ¿Y tú?, ¿De qué parte de Alemania eres? —contestó sonriente y me sorprendió no me reconociera. Hacía demasiado tiempo que no hablaba con alguien sin que supiera de antemano quien era. Solía ser demasiado estresante pensar si el interés se debía hacia mi persona o hacia la corona, pero aquello resultaba refrescante, me gustaba la idea de pasar desapercibido para ella.

—Digamos que soy de una pequeña ciudad al noreste del país —contesté sin ser preciso. No iba a decirle que era de Liechtenstein que realmente no era Alemania por más alemán que allí se hablara y menos iba a responder que mi padre era el soberano de dicho país.

Antes siquiera de que nos sirvieran las copas apareció uno de mis colegas de universidad, concretamente Regan con varios vasos de chupitos. No es que no me fiase de él, pero sabía perfectamente que de vez en cuando tomaba algo no del todo legal por así decirlo y sopesé seriamente si tomarme el vaso de chupito que me ofrecía.

—¡Venga hombre, que solo es para caldear el ambiente! —exclamó y observé como la chica de ojos celestes cogía uno de los vasos y se lo bebía sin dudar.

No quería quedar de imbécil y menos aún de ser demasiado aburrido o correcto, así que arriesgándome a poder arrepentirme al día siguiente lo cogí y me lo bebí.

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