Capítulo 2

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   María José Garzón nunca había sido una persona impresionable. Apasionada sí, pero no impresionable. Tenía fama de vivir al límite, poniendo corazón y alma en lo que hacía, y quizá por ello a todos les sorprendía cómo estaba afrontando el asunto de su boda.

Su boda, pensó con ironía, curvando las comisuras de sus labios en una sonrisa.

¿Quién iba a decirlo? Ella, el alma libre, la rebelde, la independiente de la familia, estaría casada en una semana. Y no de una manera rápida y sencilla, qué va... vestida de blanco como si fuera un enorme mazapán y organizando un banquete al que asistirían cientos de invitados. Si se lo hubieran dicho unos años antes...

Todavía podía recordar con añoranza conversaciones de veranos pasados, todas ellas con un cóctel en la mano, un bikini y un ocasional porro colgando de sus labios. «Yo nunca me casaré», solía afirmar en esas tardes cadenciosas, una y otra vez. «No, de veras, no me pongas esa cara, Sebas, hablo completamente en serio.» De eso hacía ya mucho tiempo, ¿no? Un par de años por lo menos, aunque a Poché le parecía mucho más. Y ahora allí estaba. A punto de casarse. Su primo se iba a burlar de ella lo que les restaba de vida.

A todo esto, ¿qué hora era? Seguramente ya habría llegado o estaría a punto de hacerlo. Él y su nueva novia, que sería otra remilgada profesora de universidad, como muchas otras que le había presentado antes. Qué pereza.

Poché miró su reloj de pulsera, consciente de que había perdido la noción del tiempo. Cerró la revista que tenía en su regazo y alzó los brazos por encima de la cabeza para estirar la espalda. La pálida luz que se filtraba por la claraboya del techo de la biblioteca iluminó su cara y descendió por sus cabellos de color castaño. Estaba tan a gusto permitiendo que los últimos rayos de sol le acariciaran el rostro que podría haberse quedado así lo que restaba de día, con los ojos cerrados, permitiendo que la paz que sentía relajara todos sus músculos, pero entonces escuchó un fuerte ruido a sus espaldas que le hizo abrir los ojos de golpe.

No estaba sola.

— ¿Hola? ¿Quién está ahí?

Poché se puso en pie y giró en redondo, tratando de localizar la procedencia del ruido, pero no fue capaz de ver a nadie. Inicialmente pensó que algún libro se había caído de las inmensas estanterías. Había leyendas sobre que aquella casa estaba encantada, pero nunca les había hecho caso. Menuda tontería. El único fenómeno paranormal que había visto era la puerta del garaje, que siempre se quedaba atorada, daba igual las veces que la cambiaran. Siguió buscando la procedencia del ruido cuando advirtió que algo se movía tras una de las columnas de la biblioteca.

— ¿Hola?

Entonces la vio. Una muchacha de pelo claro estaba escondida tras la columna, agazapada como un ratoncillo asustado. Oh, vaya, su primo le había advertido de que era tímida, ¿pero tanto? ¿De veras?

—Me alegro de que Sebas piense que eres una persona honesta, porque como ladrón no podrías ganarte la vida.

La muchacha asomó entonces la cabeza. Todavía parecía asustada y estaba tan avergonzada que sus mejillas ardían al rojo vivo.

—Lo siento muchísimo, de veras no pretendía molestar. Me he perdido y...

Poché puso una mano en la cadera y arqueó las cejas, esperando lo que sin duda vendría a continuación. Sucedía siempre de igual manera. El gesto de desconcierto, la súbita palidez... algunos hasta empezaban a tartamudear. Estaba tan acostumbrada a ello que casi le sorprendió ver que aquella asustadiza muchacha no atravesó por ninguno de esos estados. Ella simplemente pestañeó un par de veces y luego la miró de una manera sencilla, limpia, como pocas personas lo habían hecho antes.

A lo mejor no la había reconocido, pensó. A lo mejor estaba frente a una de esas extrañas personas que vivían en una constante burbuja, ajenas a todo aquello que no pasara en sus pequeños barrios. ¿Sería posible?

—No hace falta que te disculpes —dijo, intentando llenar con palabras la extrañeza del momento—. Además, ya estaba deseando conocerte. Supongo que tú eres Calle. Sebas me ha hablado mucho de ti, pero no me dijo que fueras tan guapa. Soy Poché, por cierto.

—Sí, lo sé.

Ah, bien. Lo sabía.

El Secreto De NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora