Capítulo 4

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Hacía una noche tan espléndida que tía Marla ordenó que la cena se dispusiese en el cenador que había en el exterior de la casa. A Calle la idea le pareció maravillosa. En la ciudad pocas veces podían disfrutar de veladas con una temperatura tan agradable. Incluso en verano, cuando las calles se vaciaban de coches y se llenaban de turistas despistados, solía hacer demasiado frío para pasar muchas horas en las terrazas de algunas de las cafeterías de su barrio, por lo que se alegró ante la perspectiva de pasar un rato al aire libre sin la amenaza de tiritar de frío.

Tía Marla ya estaba dando instrucciones a los camareros cuando llegaron al jardín. Se notaba que le gustaba cuidar de todos los detalles, por mínimos que fueran, una afición que seguramente le resultaba muy útil dada la cantidad de compromisos sociales que tendría su hija.

Sebas se acercó a ella y la saludó con un beso. —Veo que te sigues peleando con el servicio —comentó señalando los platos.

—No me hables —refunfuñó su tía, — son un auténtico desastre. Pero eso es porque no escuchan. Los jóvenes de ahora ya no escuchan nada que no salga de su iPod. —Tía Marla se dirigió entonces a ella—. Querida, estás muy guapa esta noche —le dijo.

Calle sonrió con timidez, aunque en el fondo supiera que era verdad. Incluso ella se vio favorecida al mirarse por última vez en el espejo, antes de bajar al jardín. Quería causar buena impresión a la familia de Sebas y el día antes del viaje se había decantado por meter algunas de sus mejores prendas en la maleta. Ahora se alegraba de haber tomado aquella decisión. Para esa cena había elegido un vestido veraniego que dejaba al descubierto sus hombros y su bien definida clavícula que marcaba el inicio de su generoso escote.

Tía Marla les invitó a acercarse a la mesita auxiliar en la que un camarero estaba sirviendo el vino. Calle contó cuatro copas, por lo que dedujo que aquella noche sería una velada íntima y discreta, y no pudo evitar sonreír con alivio. Tan solo faltaba una persona.

Poché. Poché Garzón. La actriz. Cuando se lo contara a su amiga Paula no se lo iba a creer.

— ¿Y la prima? ¿Dónde está? —se interesó Sebas mientras daba el primer sorbo a su copa de vino—. Empiezo a pensar que se está escondiendo de nosotros.

Tía Marla se giró en redondo, buscándola.

—Estaba por aquí hace un minuto —le aseguró—. Quién sabe. Ya conoces a tu prima. Me parece que estaba hablando por el móvil.

—Reconozco que la puntualidad no es uno de mis puntos fuertes, aunque me gusta pensar que tengo otras cualidades.

Calle se giró y vio a Poché justo detrás de ellos, sonriéndoles de oreja a oreja. Tan pronto como sus ojos se posaron en Sebas, la cara de la actriz se iluminó. Rápidamente se abalanzó sobre él y lo estrujó en un cariñoso abrazo.

— ¡Mírate, estás estupenda! —exclamó Sebas, observándola detenidamente cuando rompió el abrazo.

Sebas tenía razón. Poché estaba especialmente despampanante esa noche. Llevaba una simple camisa blanca abierta en el escote y unos vaqueros pitillo que se ajustaban a sus  piernas. En los pies el atuendo se complicaba con unos zapatos de tacón alto que la ponían casi a la misma altura que Sebas.

Pero no era solo su atractivo físico, había algo más. La actriz contaba con ese magnetismo especial que tienen algunas personas, como si hubiera una fuerza invisible que obligara a sus interlocutores a permanecer muy atentos a todo lo que hacía, a todo lo que decía. Calle constató entonces que Poché llevaba los labios pintados de rojo y se sintió incapaz de desviar la mirada de su boca. Cuando Sebas apretó cariñosamente su brazo, llevaba casi medio minuto observándola.

El Secreto De NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora