Capítulo 11

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—Ahí está— dijo él. —El Gruñón.

Calle miró hacia la parte del muelle que estaba señalando Sebas con su dedo índice y no le hizo falta mucho más para darse cuenta de que aquello era una terrible equivocación. Lo supo desde la discusión del día anterior. Lo sintió en sus propias carnes, al no haber podido pegar ojo en toda la noche. Pero se sentía tan culpable por todo lo que estaba ocurriendo que no tenía fuerzas para oponerse. Ya no. Calle era una sombra de sí misma aquellos días, un fantasma que deambulaba por un gran caserón en busca de su alma, en busca de una respuesta o una salida a su actual situación.

No obstante, por más angustiada que se sintiera, también sabía que no había escapatoria posible. Las mujeres de la familia habían planeado un pequeño viaje en barco a modo de despedida de soltera de Poché y ella formaba parte del festejo. Se trataba de una reunión informal. Un poco de vino, algo de música, una pizca de desenfreno. Solo chicas. En otras circunstancias le habría parecido un plan fantástico. Ahora, sin embargo, caminaba por aquel pantalán arrastrando los pies, sintiéndose como un reo al que conducen a empellones hacia la horca.

La conversación que había mantenido con Poché la noche anterior seguía muy fresca en su mente y la idea de pasar un día entero encerrada en un barco en el que también estuviera ella le provocaba una incómoda sensación de vértigo.

Miró a Sebas de refilón, con la esperanza de que él pudiera leer sus pensamientos. Mírame. Mira lo que me pasa. Haz algo. Di algo. Impídeme que vaya, gritaba Calle en su interior, pero Sebas estaba demasiado ocupado cargando con su maleta de mano y protegiéndose la vista del sol, y el ánimo de Calle se iba desinflando como un globo pinchado con cada nuevo paso que daban.

Cuando por fin llegaron a El Gruñón, toda la valentía y autodeterminación que había conseguido reunir durante las horas previas se habían esfumado de su cuerpo. Miró al agua, por si conseguía encontrarlas allí, ahogándose, pero lo único que vio fue a un par de peces alimentándose de los residuos que dejaban los barcos en el puerto.

— ¡Hey, chicas! ¿Hay sitio para una marinera más? — escuchó que gritaba Sebas.

Calle elevó la vista y vio que Poché y Marley ya estaban en la proa del barco. La actriz llevaba unos minúsculos pantaloncitos blancos que dejaban al descubierto sus piernas. Y no era justo. Nada de aquello, de hecho, era justo. Ni las mariposas ni la repentina subida de temperatura de su cuerpo ni el rubor que sintió al comprender el sucio camino que estaban tomando sus pensamientos. Pero a pesar de todo consiguió guardar la compostura y devolverles el saludo con un gesto de la mano.

— ¿Qué dices, Sebas? ¿Te apuntas? Tú solo para todas— bromeó Marley.

—No, yo solo soy un humilde chófer, lo siento. No hay sitio para mí en un barco como este.

Y tanto que era un barco lujoso. La noche anterior Calle se lo había imaginado un poco más pretencioso, como uno de esos yates con cristales ahumados que suelen estar pilotados por un cincuentón que agarra el timón con una mano y un puro habano con la otra. Pero aquel era, claramente, el barco de una mujer, un velero precioso, de un blanco virginal que dañaba las pupilas, con unas curvas redondeadas que lo hacían majestuoso sin llegar a ser exagerado.

En ese momento un miembro de la tripulación se hizo cargo de la bolsa de Calle y se la llevó con él hacia algún punto desconocido de las tripas del velero. Sebas y ella habían llegado temprano y la tripulación todavía estaba montando la rampa para que las invitadas pudieran subir a bordo. A partir de ese punto, Sebas se iría y ella se quedaría sola ante el peligro, por lo que lo mejor sería que acabaran cuanto antes con las despedidas.

— ¿Seguro que no quieres quedarte? —le dijo ella. —Tengo la sensación de que a Poché no le importaría que te sumaras al plan.

—Qué va— replicó Sebas, sonriendo. —Además, hoy hay partido de la selección. No me lo perdería por nada del mundo. Tú ve con las chicas y diviértete.

El Secreto De NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora