Cuando Calle se despertó, la pálida luz de la mañana estaba empezando a colarse por la ventana de la habitación. Todavía era temprano. Poché dormía en el otro lado de la cama, con la almohada firmemente agarrada entre sus brazos y la cara hundida en ella con un gesto sereno. Calle permaneció un buen rato observándola, mientras los recuerdos de la noche anterior se abrían paso entre el letargo matutino.
Estar allí con Poché había sido probablemente una de las decisiones más complicadas que había tenido que tomar, pero en aquel momento, a plena luz del día, no se arrepentía de nada. Ni de que todavía fuera su estudiante ni de que por primera vez hubiera dejado la puerta de sus emociones abierta de par en par. Estaba exactamente donde quería estar y deseó con todas sus fuerzas que nada cambiara, que cuando las dos regresaran a la rutina todo siguiera siendo tan perfecto como en aquel momento. Aunque a lo mejor era mucho pedir. A fin de cuentas, un mundo hostil les esperaba ahí fuera y Calle sabía que no iba a ser fácil, ni por su trabajo ni por la profesión de Poché. Pero cuando vio que Poché se desperezaba y abría los ojos a los primeros rayos de la mañana, estos pensamientos pasaron a un segundo plano. Tenía otra cosa más urgente de la que ocuparse.
Poché abrió los ojos bruscamente cuando comprendió lo que la había despertado. Las manos de Calle estaban agarradas con firmeza a sus caderas, obligándole a elevarlas.
—Calle, ¿qué?... Oh, Dios mío— protestó cuando notó la lengua de Calle acariciando su entrada.
—Lo siento, no he podido evitarlo.— Pero Calle no sonó ni levemente apesadumbrada. —Estás tan preciosa que tenía que tocarte.
Continuó las caricias que había empezado, sin dejar a Poché opción a réplica, arrastrándola hasta el orgasmo antes siquiera de haber podido despertarse del todo. Sin darle tiempo a recuperar el aliento, Calle sujetó entre sus manos la cara de Poché y apoyó la frente en la suya, escuchando su respiración agitada. Cerró los ojos con fuerza, tratando de controlar el desenfrenado latido de su corazón, pero era inútil. Lo que estaba a punto de confesarle nunca lo había sentido con tanta fuerza ni de una manera tan clara y contundente.
—Yo también te quiero— le dijo.
También.
El corazón de Poché dio un vuelco al comprender que la noche anterior sí la había escuchado. Ni siquiera le importó la razón por la que no había respondido entonces a su confesión. Lo único que le importaba eran esas cuatro palabras de ese nuevo día. Sonriendo, la besó cubriendo su boca, como si tratara de transmitirle todo su amor en aquel pasional gesto, y en pocos segundos ese beso las condujo de nuevo a aquel lugar que era solo de ellas, un sitio en el que podían explorar sus cuerpos sin prisa, esta vez sintiendo en cada caricia el amor que se habían confesado.
Era casi la hora de comer cuando por fin consiguieron despegarse la una de la otra. Poché quería darse una ducha, pero se sentía incapaz de moverse. Estaba demasiado cómoda abrazada a Calle, y aquel día no tenía nada más importante que hacer.
Calle estaba jugando con su pelo, enredando mechones entre sus dedos, cuando abordó el tema de manera inesperada.
— ¿Vas a ir a clase mañana?
Poché frunció el ceño. Sinceramente, no había pensado en ello. Pero tenía claro que no deseaba que ser una de sus estudiantes fuera un impedimento para que estuvieran juntas.
—No lo sé. ¿Quieres que vaya a clase mañana?— inquirió.
—Por un lado, sí— respondió Calle. —Por el otro, me aterra pensar qué harían los periodistas si se enteraran de esto.— La miró, vacilante. —¿Has pensado qué harás si lo descubren?
—No, pero no me preocupa— afirmó la actriz, encogiéndose de hombros, para pasar a lucir una traviesa mirada a continuación. —¿Y qué hay de ti? ¿Qué harás cuando estamos en clase y esté pensando en hacerte algo así?— Con una sonrisa pícara empezó a besarle el cuello.
Calle rio, echando la cabeza hacia atrás para facilitarle el acceso.
—Evitarte lo que me queda de semestre, que por suerte no es mucho. Me preocupa más saber lo que harás tú.
— ¿Yo? ¿A qué te refieres?
Poché mordió el lóbulo de su oreja y Calle reprimió un gemido de placer, pero se apartó enseguida.
—Poché, hablo en serio, esto es importante— la reprendió. —Imagínate que salimos y está la prensa en la puerta. Podría pasar perfectamente. ¿Qué les dirás entonces?
—Les diré: «Eh, chicos, será nuestro secreto, ¿vale?»— bromeó mientras rodeaba a Calle con sus brazos y empezaba a depositar pequeños besos en la base de su cuello.
—Eres incorregible, ¿lo sabías?— protestó Calle con una sonrisa de oreja a oreja.
Poché la besó, esta vez en los labios.
—Pero soy una incorregible estupenda y, además, toda tuya.
La boca de Calle se curvó en una mueca burlona.
—No estoy muy segura de que eso me guste.
— ¡Eh!— protestó Poché, aumentando la presión del abrazo con el que la cercaba. —Me quieres. Admítelo.
— ¡Jamás!— dijo Calle, devolviéndole el beso.
Su gesto dio por finalizada la conversación. La cuestión que acababa de plantearle a Poché le preocupaba, sí, pero descubrió que lo hacía en un grado infinitamente inferior a la encarnizada y sensual batalla en la que estaban enredadas sus lenguas.
ESTÁS LEYENDO
El Secreto De Nadie
Teen FictionDaniela Calle se da cuenta de que los sentimientos por su novio Sebas no son tan fuertes, cuando acuden a la boda de la prima de él, con ella siente una conexión inmediata ¿será deseo o admiración?... Adaptación de un Libro.