Capítulo 24

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—Por favor, dejen sus trabajos sobre la mesa antes de irse. Les deseo que pasen unas buenas vacaciones. Feliz Navidad.

Calle suspiró con alivio y empezó a recoger sus apuntes desperdigados por toda la mesa. Una semana. Tenía siete días libres para hacer lo que le viniera en gana. Bueno, no exactamente. Todavía quedaban multitud de compromisos familiares, entre los que se incluía la dichosa cena de Nochebuena, en la que irremediablemente tendría que ver a su hermano y aguantar sus comentarios de descerebrado. Y también estaba la cena de Navidad con sus compañeros de universidad, a la que, para ser francos, nunca le apetecía demasiado asistir. Pero todo eso era un peaje que no le importaba pagar a cambio de siete días de relax.

Calle tenía grandes planes consigo misma. Cuidaría de sus plantas, y quizá se decidiría de una vez por todas a pintar su habitación de un color más cálido y actual. Leería los libros que tenía en lista de espera, quedaría con Pau y pasaría algún tiempo de calidad con su hermana y sus sobrinos. Quizá, incluso, se atrevería a retomar esa novela que había dejado aparcada durante tantos meses, aunque ya ni siquiera recordara parte del argumento. Estaba tan feliz y absorta pensando en sus planes para los futuros días que pestañeó con fuerza al darse cuenta de que alguien la estaba observando. Calle abrió los ojos con sorpresa y vio a Poché, plantada justo enfrente de ella. Apretaba la carpeta contra su pecho y le estaba sonriendo.

— ¿Ocupada?— le preguntó la actriz con una mueca divertida.

—No.— Calle suspiró. —Tan solo estaba absorta.

Fue en ese momento cuando se dio cuenta. Estaban solas. La clase se había vaciado. Los trabajos de los alumnos estaban apilados en una esquina de su mesa. Y un sentimiento de inquietud empezó a apoderarse de ella. Daba igual lo mucho que se vieran cada semana: todavía no se sentía preparada para estar a solas con Poché.

Cada vez que eso ocurría, regresaban los recuerdos de aquella noche en el barco, el anhelo, las dudas. La presencia de Poché conseguía que su seguridad se evaporara tan rápido como una gota de agua en un día caluroso, y esta vez no fue diferente.

La profesora carraspeó incómoda, deseando que alguien entrara por la puerta y acabara con esa sensación de desprotección.

— ¿Necesitas algo?— le preguntó, dispuesta a zanjar la conversación cuanto antes.

—No. En realidad solo quería desearte feliz Navidad. ¿Tienes planes estos días?

—Nada especial— replicó Calle, notando que empezaba a relajarse. Su mano todavía estaba aferrando con fuerza un bolígrafo, pero comenzaba a retomar el autocontrol que tanto necesitaba. —Ya sabes, cenas con la familia, cenas con la empresa, leer algún libro que tengo pendiente, pero poco más. ¿Tú?

—Mi madre suele reunir a la familia en su casa estos días— le informó Poché. —Iremos allí a celebrarlo.

Imágenes de la casa, los días que habían pasado allí antes de la boda, el recuerdo tan vivo de la noche en el barco irrumpieron de pronto en su interior como una marea imparable. Poché se dio cuenta de inmediato, porque su gesto cambió visiblemente, como si fuera consciente de que había dicho algo inapropiado.

—También quería preguntarte una cosa sobre uno de los libros que tenemos que leer en las vacaciones.

—Claro, tú dirás— replicó Calle, intentando que no le temblara la voz. Agradecía infinitamente que Poché hubiese cambiado de tema tan rápido, pero la extrañeza seguía allí. Flotaba en el aire, como un invitado indeseable que se inmiscuyera entre ellas. Calle era tan capaz de sentirla que no le hubiera sorprendido si hubiera podido tocarla. —¿Qué necesitas?— preguntó, mirando su reloj de pulsera.

El Secreto De NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora