Capítulo 17

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— ¡Calle, abre la puerta! ¡Lo digo en serio!

Calle despegó los párpados con dolor. Los constantes golpes en la puerta no era la mejor manera para despertarse, pero si a eso le sumaba que había perdido la cuenta de las horas que llevaba en la cama, la sensación se hacía mil veces peor. Escondió la cabeza en el edredón, con la esperanza de que Paula se diera por vencida, aunque la conocía demasiado bien para saber que no iba a ser tan fácil. Paula era una persona insistente y no se iba a ir hasta que abriera la puerta.

— ¡O abres o te juro que la echo abajo!

Calle gruñó y reptó por la cama hasta encontrar sus zapatillas de estar por casa, colocadas a los pies de la mesita de noche. ¿Cuántas horas llevaba durmiendo? Lo desconocía. Hacía ya bastante que había perdido la noción del tiempo. El pelo se le había quedado enmarañado y sentía el pijama pegado a la espalda. No tenía hambre, pero sus labios estaban secos y, por la ligereza de su estómago, estaba segura de no haber probado bocado en días. La habitación olía a cerrado y estaba a oscuras. Caminó a tientas, permitiendo que sus pupilas se acostumbraran a la escasa luz del pasillo. Llegó a la puerta y la abrió con brusquedad.

— ¿Pero qué demonios?

Paula no estaba sola, después de todo. Venía acompañada de su hermana Juliana, que le sonrió con culpabilidad, escondida tras las espaldas de su amiga. Eso empeoró su mal humor. Creía haberles dicho que no le apetecía hablar. Sí, recordaba perfectamente aquella conversación. Y aunque sabía que estaba siendo injusta porque solo deseaban lo mejor para ella, en aquel momento el concepto de justicia era algo demasiado efímero para Calle, algo que en realidad le traía sin cuidado.

Miró a las dos mujeres con cara de pocos amigos, esperando estar enviando un mensaje claro, su cuerpo plantado delante de la puerta, bloqueándoles el paso.

— ¿Qué estáis haciendo aquí?

—Si Calle no va a la montaña, la montaña viene a Calle. Venga, déjanos pasar— le ordenó su hermana con el mismo tono que empleaba para educar a su hijo.

—En serio, no me apetece hablar— protestó Calle. —Y tú— añadió, señalando a su amiga con un dedo amenazador, al tiempo que le lanzaba una mirada cargada de rencor, —eres una traidora.

Paula se encogió de hombros, sonriendo despreocupadamente. Hacía demasiado tiempo que eran amigas, y tanto las incursiones a traición como el desdeño ante amenazas que en realidad no lo eran tanto formaban parte del paquete de su amistad.

—No puedes culparnos por estar preocupadas— se limitó a decir. —Llevas tres días sin dar señales de vida.

Calle frunció el ceño. ¿Tres días? ¿Tanto tiempo había pasado? Lo último que recordaba era haberse despertado en varias ocasiones para ir al baño. Y, antes de eso, el terrible programa de cotilleos de la rubia recauchutada, apostada a la entrada de la casa de Poché.

Cabeceó, confundida. Estaba tan cansada que, cuando bajó la guardia, las dos mujeres aprovecharon para abrir más la puerta y colarse en la casa.

—Tienes una pinta horrible— le dijo Paula, mirándola con reprobación y jugando con su pelo sucio y enmarañado.

— ¿Has comido algo? Te he traído sopa.— Juliana sacó un gigantesco bol de la bolsa de plástico que llevaba en la mano.

—No, chicas, lo digo en serio. Estoy bien. No es necesario que me tratéis como a una enferma terminal. Lo único que necesito es descansar.

Fue en vano. Ninguna de las dos escuchaba ya sus protestas. Paula la cogió de la mano y la llevó hasta el sillón para intentar arreglarle el pelo. Su hermana descorrió las cortinas y abrió las ventanas, dejando que entrara aire fresco y la radiante luz del verano. Después fue hasta la cocina y empezó a calentar la comida que había traído.

El Secreto De NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora