Capítulo 25

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Calle odiaba la noche de Fin de Año con todas sus fuerzas. Odiaba los esfuerzos de la gente por arreglarse más de lo necesario. Los esmóquines en los que se embutían algunos hombres, los vestidos de fiesta de algunas mujeres, los estratosféricos precios de las discotecas y la presión social general que imperaba esa noche. Simplemente, no estaba de humor para fingir que aquella iba a ser una velada maravillosa o que la pasaría alegremente a pesar de no tener una compañía especial con quien celebrarla. Cuando llegaran las doce y el reloj empezara a marcar los primeros segundos del nuevo año ella sería una de las pocas personas de aquella fiesta que no tendría a quien besar o abrazar. Y aunque otras veces esto le había dado igual, ese año no era el caso.

Miró a su alrededor, preguntándose por qué se había dejado convencer para vestirse ella también de pingüino, rigurosamente de negro, y acudir a esa fiesta que daban sus amigos. Estaría mejor en casa, enfundada en su pijama más viejo, viendo películas en blanco y negro o reposiciones de las que solían poner en la televisión. Pero estaba allí y la noche parecía que iba para largo.

Observó a su amiga Paula, que hablaba con un atractivo muchacho al otro extremo de la sala. Al menos una de las dos se lo estaba pasando bien, algo era algo, pensó de manera agridulce mientras repasaba sus últimos días de vacaciones.

Habían sido una mierda. Expresarlo de otra manera habría sido un error. Una verdadera mierda. Ni había sido capaz de concentrarse en sus tareas ni había conseguido disfrutar de la compañía. Durante la cena de Nochebuena se había esforzado por mantener el espíritu, por darle un voto de confianza a su hermano, sentado al otro extremo de la mesa, convenientemente separados. Pero, aunque en esta ocasión no habían discutido, Calle simplemente no estaba para fiestas. Se encontraba triste, mustia, perdida en sus sentimientos, un estado de humor que no le había pasado desapercibido a su hermana, que la acorraló en la cocina cuando estaban cambiando los platos para servir el postre.

—A ti te pasa algo— le dijo, sin darle opción a negarlo. —¿Qué es?

—No, qué va, estoy bien.

—Calle... te conozco desde el día que viniste al mundo. Créeme, sé cuándo te pasa algo. Escupe, ¿qué es?

—Nada, en serio. Ya sabes que las Navidades no son mi época favorita del año.

— ¿Es por Poché?— insistió su hermana, descartando la mentira piadosa que Calle intentaba hacerle creer.

—No, qué va, las cosas están claras entre nosotras— mintió.

¿Por qué lo hizo? ¿Por qué no fue sincera con su hermana cuando ella le brindó la oportunidad? Vergüenza. Simple y llanamente vergüenza. Le resultaba muy difícil contarle que los últimos días los había pasado mirando su móvil, esperando una llamada que no llegaba, un mensaje que no se había escrito, cualquier tipo de contacto por parte de Poché. Pero su teléfono no había sonado en todas las vacaciones, no del modo que deseaba, en cualquier caso. Una tras otra las felicitaciones de Navidad y año nuevo se apilaban en la bandeja de entrada de su móvil, pero ninguna procedía de Poché. Y la culpa era suya, única y asquerosamente suya, porque ella se lo había pedido. Poché solo estaba cumpliendo con su palabra y esto estaba empezando a consumirla.

Pero mira que eres idiota.

Qué absurdo ataque de bravuconería había tenido el día de comienzo de las vacaciones pidiéndole espacio. Qué ilusa había sido al pensar que con eso sería suficiente, que así podría desarraigarla de sus entrañas, como se arranca un esqueje o una planta. Qué imbécil estás hecha, pensó una vez más, mientras daba un sorbo a su copa de champán. Estaba espantoso, el peor champán que había probado en su vida, pero ni siquiera su sabor amargo consiguió distraer sus pensamientos sobre Poché. La echaba de menos. La echaba tanto de menos que cada vez que pensaba en ella un profundo suspiro le nacía en la boca del estómago, le subía por la garganta y lo exhalaba como si se tratara de un espíritu que la hubiera poseído y del que se estuviera liberando. La echaba tanto de menos que a menudo se despertaba en medio de la noche, empapada en sudor, confundida, preguntándose qué parte de sus sueños eran reales y cuáles atendían a la necesidad que sentía de saber de Poché.

El Secreto De NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora