Epílogo

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— ¿Ha empezado ya?

—No, acaban de dar paso ahora.

Paula saltó por encima del respaldo del sofá y se acomodó cerca de Juliana.

— ¡Pau! ¡Las palomitas! — protestó Juliana al ver que parte del contenido de aquel inmenso bol había caído sobre su impecable sillón de chenille.

— ¿Por qué huele a quemado? — preguntó Sebas, mientras abría una cerveza.

—Échale la culpa a Paula, que ha quemado las palomitas— le informó Marley, que estaba saliendo de la cocina con un inmenso plato de patatas fritas. —¿Ha empezado ya?

La sintonía del programa comenzó a sonar, llenando todo el salón de la casa. Era una ocasión especial y Juliana había insistido en que se reunieran para verla todos juntos. Un presentador con pajarita y chaqueta de terciopelo azul dio en ese momento la bienvenida a los telespectadores. Estaba acompañado por una mujer afroamericana que lucía un largo vestido de lentejuelas.

— ¡Que comience el show! — exclamó Sebas, sintiendo un ligero nerviosismo.

—Dios... Realmente espero que todo vaya bien— comentó Marley con voz preocupada.

—Tranquila. Saldrá bien. — Sebas sonrió con seguridad.

Aguantaron la charla intrascendente del presentador durante al menos media hora, tiempo durante el cual Marley consiguió controlar un poco los nervios y se involucró por primera vez en la conversación que estaban manteniendo los demás.

Ellos no habían vivido de cerca la planificación de aquella tarde como lo había hecho ella. La nueva publicista de Poché, una mujer tan encantadora como de ideas claras y con amplia experiencia en el negocio, había ideado aquel momento al milímetro. Tenía que ser una aparición estelar. Tenía que ser perfecta.

Marley esperaba de veras que fuera ambas cosas.

El presentador dio paso a su compañera, que estaba ya en la alfombra roja con las estrellas del mundo del entretenimiento empezando a desfilar ante las cámaras. Marley notó que se le cerraba el estómago cuando escuchó por fin aquellas palabras.

—Y aquí llegan Poché Garzón y su acompañante.

Tan pronto como salió de la limusina, a Calle comenzaron a temblarle las rodillas. El rugido de los fans, apostados en la entrada del teatro, era tan ensordecedor que sintió la tentación de quedarse en el interior del vehículo. Pero entonces sintió la mano de Poché apretando la suya con fuerza, justo antes de que la mirara a los ojos, indicándole que estaba allí, a su lado, y fue como si de pronto el mundo entero enmudeciera. Como solía pasarle a menudo a su lado, en ese momento solo estaban Poché y ella.

Habían pasado varias semanas desde su encuentro en la biblioteca. Tal y como había vaticinado Poché, el interés de la prensa rosa por ella fue desplazado por, en este orden, un embarazo gemelar de la pareja de actores top ten del momento, la enésima recaída en sus adicciones del roquero de turno, y el sexo salvaje bajo un edredón de dos concursantes de un reality de los que nadie se acordaría transcurridos unos meses desde su fogoso encuentro.

El tiempo había jugado a su favor, y poco a poco se había ido consolidando en Calle la certeza de que salvarían todos los obstáculos que se les pusieran por delante. Tal vez en ocasiones no sería fácil, agradable ni bonito, y no estaría exento de tensiones, pero la mano de Poché sobre la suya, su mirada, le decía que podrían con ello.

Fuese lo que fuese.

Como ahora. Lo habían hablado. Poché no podía pasarse la vida sorteando paparazzis, ni condenar a la sombra su relación con Calle. No se lo merecía. Ninguna de las dos. Poché quería poder gritar a los cuatro vientos su amor por Calle, salir con ella cogida de la mano, y eso solo lo podía hacer dando el paso que estaba a punto de dar. Calle estaba de acuerdo. Sabía que supondría exponer su vida al escrutinio público, pero tenía fe en el rebaño de descarriadas herederas y niños de papá de este mundo y en todos aquellos desesperados por sus quince minutos de fama, que distraerían a los lobos de su simple, cotidiana, historia de amor.

Al fin y al cabo, la plebe se cansaba pronto de las novedades.

Con esa idea, y aferrada a la mano de Poché, que con orgullo la miraba caminar junto a ella, iniciaron el ritual paseíllo por la alfombra roja. El plan era sencillo: aprovechar un evento mediático para la salida pública del armario de Poché. Algo funcional y rotundo. Así no tendría que ir por partes. Una entrega de premios con una audiencia potencial de millones de espectadores en todo el mundo lo posibilitaría. Calle sabía que Poché estaba deseando hacerlo, que estaba harta de esconderse, que siempre se había sentido mal por aceptar el trato con Will, que ardía de impaciencia por desprenderse de esa sensación de cobardía que había instalado un perenne sinsabor dentro de ella.

Hoy, todo eso iba a quedar atrás. Calle sabía que no le había resultado fácil tomar la decisión, y que existía el riesgo de que su carrera se resintiera, pero a Poché ya no le importaba eso, y a ella mucho menos. La miró, sintiéndose orgullosa del paso que iba a dar, con el corazón rebosante de amor por ella.

Por eso hizo lo que hizo.

No fue, ni de lejos, lo que estaba planeado. La encantadora nueva publicista se lo había detallado: saldrían de la limusina, se acercarían a la presentadora, esta haría un par de preguntas de cortesía y después, más que probablemente, le preguntaría a Poché por su acompañante. Porque si la aludida presentadora no estaba afectada por algún tipo de ceguera y el intelecto lo mantenía a niveles aceptables, no se le podría escapar que Poché había llegado acompañada por una mujer, que lo había hecho cogida de su mano y que, por añadidura, estaban las recientes especulaciones sobre la orientación sexual de la actriz a raíz de unas comprometidas fotografías con una desconocida.

Bien, efectivamente, ese era el plan. Pero Poché estaba preciosa esa noche. Radiante. Orgullosa, feliz por lo que iba a hacer. Y Calle no le iba a la zaga. Porque ella podría ser tan solo una profesora de universidad, pero el paso que estaban a punto de dar la concernía de lleno. Y había tomado la decisión, plenamente consciente de lo que iba a significar.

No podía vivir con miedo. Al rechazo, al que dirán, a una hipotética y oscura zancadilla a su carrera académica. Y si eso era lo que ocurría, pelearía. No se iba a achantar. Lucharía. Lo haría con esa preciosa, feliz y orgullosa mujer que iba a su lado.

Y por eso lo hizo. Por eso hizo saltar por los aires el milimétrico plan de la encantadora señora que velaba por la carrera de Poché. Por eso la detuvo con un leve tirón de su mano, allí, en mitad de la alfombra roja, rodeada por decenas de fotógrafos que la cegaban con sus continuos flashes, por cientos de chillones fans que la ensordecían con sus gritos. Por eso se acercó a ella, lentamente, para que la sorprendida actriz tuviera tiempo de adivinar lo que iba a hacer.

Claro que lo adivinó. Lo vio en los ojos de Calle, en su sonrisa, en su seguridad. Y por supuesto que no le importó mandar a la mierda el milimétrico plan, porque este, adónde iba a parar, se le antojaba mucho, muchísimo mejor. Al fin y al cabo, el fin justificaba los medios, ¿verdad? Eso es lo que le diría a su encantadora nueva publicista.

Y así, cuando los labios de Calle se posaron sobre la boca sonriente y dispuesta de Poché, que había leído en sus ojos, perpleja y maravillada, lo que iba a hacer, y hubo una millonésima de segundo durante la cual los chasquidos de las cámaras y los gritos de los fans, milagrosamente, se silenciaron, Calle supo que, por fin, realmente, lo había conseguido.

Había logrado hacer desaparecer durante un instante el mundo.

Y, de paso, hacer que aquello dejara de ser el secreto de nadie.

- Fin -
Bueno eso seria todo, ami me encanto esta historia por eso quise adaptarla a cache espero les haya gustado, buscaré otra historia para adaptar. Y gracias denuevo por leer

El Secreto De NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora