Capítulo 1

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Sebas condujo su Audi deportivo por un camino de gravilla hasta la parte posterior de la casa, en donde uno de los empleados los estaba esperando a la entrada de un inmenso garaje. Tenía aspecto estirado, barbilla alta, hombros cuadrados y un bigote recto, perfecto, como si alguien lo hubiera trazado con un tiralíneas. Al observarle Calle pudo imaginar largos linajes de una familia de mayordomos, aunque quizá estaba dejando volar demasiado su imaginación. Aquel lugar invitaba a hacerlo.

—Bienvenido de nuevo, señor —los saludó el ceremonioso empleado cuando se bajaron del coche, y Sebas le hizo entrega de las llaves mientras le daba una amistosa palmada en la espalda.

—Frank, amigo, me alegro de volver a verte. ¿Cómo están los chicos?

—Estupendamente. El mayor acaba de graduarse y el pequeño empieza el instituto después de las vacaciones. Estamos todos muy orgullosos.

—No es para menos—. Sebas se giró hacia ella. —Frank, quiero presentarte a Calle. Ha venido para conocer a esta familia de locos.

—Espero que disfrute mucho de su estancia con nosotros, señorita.

—El placer es mío—. Calle le estrechó la mano y le sonrió con timidez.

— ¿Mi tía está por aquí?

Frank asintió.

—La encontrará en el salón azul, señor.

—Estupendo.

Sebas agarró entonces su mano y tiró de ella con entusiasmo hacia el interior de la casa. Calle apenas tuvo tiempo de reaccionar. Quería observar todo a su paso, porque aquel lugar parecía mágico y misterioso, como sacado de una novela de Charles Dickens o tal vez de una oscura obra de Edgar Allan Poe. Exóticos abanicos de Asia, souvenirs de África e India, un mapa antiguo que adornaba la pared de extremo a extremo. Le dieron ganas de detenerse a contemplarlo todo con minuciosidad, como el turista que visita por primera vez un museo, pero Sebas seguía tirando de su mano insistentemente, con tanto entusiasmo que a veces tenía que mirar al suelo para no tropezarse con sus propios pies.

Atravesaron pasillos kilométricos en un laberíntico caminar que parecía no tener fin. Sebas iba delante y de vez en cuando se giraba, le sonreía con entusiasmo, y seguía caminando.

— ¿Adónde vamos? —le preguntó casi sin resuello. Estaban caminando muy rápido.

—Quiero que conozcas a mi tía.

Calle asintió en silencio, de nuevo pensando que las cosas estaban yendo demasiado rápido. Unas horas antes se encontraba en su casa, sentada a los pies de su cama, forcejeando con la cremallera de su maleta mientras intentaba cerrarla. En aquel momento se dijo a sí misma que todo iba a salir bien, que aquel sentimiento de rechazo se evaporaría tan pronto como se hubiera subido al coche. Y un puñado de horas después, estaba atrapada en una especie de cuento con mayordomos y mansiones. ¿Sería la tía de Sebas la bruja malvada? Probablemente no, pero si de pronto les salía un fantasma al paso o una armadura cobraba vida en un oscuro rincón, no le habría sorprendido lo más mínimo.

Finalmente llegaron a una estancia bañada en luz cuyas paredes estaban pintadas de color azul. El lugar se encontraba en calma y por las ventanas abiertas se colaba el sonido de unos pájaros que revoloteaban en torno a unos de los árboles del jardín. Estaba vacía, salvo por la sosegada presencia de una silueta femenina. No parecía demasiado mayor, aunque tenía el pelo cubierto de largas hebras plateadas y unas grandes gafas de pasta que cubrían sus vivarachos ojos. Aquella mujer parecía la viva imagen de la serenidad, leyendo en paz, sentada como estaba en un sillón otomano que seguramente había costado más que todo el conjunto de su sala de estar.

El Secreto De NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora