Capítulo 13

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— ¿Qué quieres decir con que se ha ido?

—Que se ha ido. Te ha visto con Kim y se ha largado.

— ¡Pero si solo estaba hablando con ella! — protestó Poché, mesándose el pelo con ansiedad. Solo de pensar en lo que se le estaría pasando ahora mismo por la cabeza a Calle, sentía ganas de estrangular a alguien. Kim era una amiga, nada más. Bueno, quizá una amiga un poco pasada de cascos, una cazafortunas cualquiera, de tantas que pululaban por Hollywood. Pero lo suyo con ella era un flirteo inocente, unas cuantas palabras subidas de tono, a modo de juego.

—Poché, vas a casarte en dos días— le recordó Marley, intentando que hiciera uso del poco juicio que le quedaba.

— ¿Te crees que no lo sé? Pero no quiero que... — Poché se detuvo. Suspiró. ¿Qué era lo que no quería? Necesitaba poner orden a sus pensamientos. —Mierda, Marley, no quiero que crea que he estado jugando con ella. Porque no es cierto.

— ¡Pues díselo! Es la novia de tu primo y, si las cosas prosperan entre ellos, lo mejor es que seas sincera con ella.

—Ya, claro, como si fuera tan fácil.

— ¿A qué tienes miedo, Poché? — le preguntó Marley, acariciando cariñosamente su brazo. —¿Qué es lo peor que puede pasar?

Poché se tomó un momento para pensarlo, aunque conocía de sobra la respuesta a aquella pregunta. ¿Lo peor?

—Que diga que sí. Que diga que siente lo mismo que yo. Eso es lo peor que puede pasar.

—Pensaba que no le gustaban las mujeres.

—Ya, yo también — replicó Poché. Pero no era cierto. Ahora lo sabía. No podía ser cierto mirándola como la miraba, reaccionando como reaccionaba. Las palabras de Calle le decían que no le gustaban las mujeres, pero sus acciones le decían lo contrario. Poché estaba segura. Había algo entre ellas, algo tan poderoso que se moría de pánico cada vez que pensaba en ello.

—Escucha, no soy ninguna experta en estos temas ni tampoco me he casado nunca, pero si de veras piensas que esta chica es tan especial, a lo mejor deberías hablar con ella. Recuerda, todavía tienes tiempo para decidirlo.

Poché no necesitaba que nadie le dijera que aquella era, probablemente, su última oportunidad para aclarar sus sentimientos. Pero su atracción por Calle se trataba de una locura. Era la novia de Sebas. Hetero. ¡Una seria profesora de universidad que nada tenía que ver con su mundo! Además, ¿qué se suponía que debía hacer? Al día siguiente tenían la cena preboda. Asistirían cientos de invitados. Toda la prensa estaría allí. ¿Qué escapatoria tenía? ¿Cancelar la boda? ¿Convencerla para que se fugaran juntas?

—Al menos habla con ella— escuchó que insistía Marley. —No tiene por qué pasar nada si tú no quieres, pero déjale las cosas claras. No le hagas sentir que ha sido un juguete, porque al final eso provocará que tu relación con Sebas se resienta.

Sí, su mejor amiga tenía razón. Le debía una disculpa a Calle, una muy grande, y aunque solo fuera por ello no podía esperar ni un minuto más. Así que le dio un beso en la mejilla a su asistente y le pidió a su guardaespaldas que la llevara de vuelta al barco. La fiesta se había acabado.

….

Poché llegó sin resuello a la puerta del camarote de Calle. Estaba nerviosa. Le temblaban las manos y sentía las rodillas flojas, como si fueran de latón y hubiera perdido uno de los tornillos. Respiró hondamente y su mano se quedó suspendida en el aire, con el puño cerrado, los nudillos orientados a la madera, preparados para golpearla. Entonces la bajó de nuevo. No. No podía hacerlo. Si entraba en el camarote de Calle, estaba perdida.

No. Es hetero. Es la novia de Sebas. ¿Cuántas razones más necesitas?

Se reprendió a sí misma, recordándose que estaba allí para pedirle perdón, pero para nada más. Llamaría a la puerta, con suerte Calle la abriría, entonces le explicaría lo estúpida que había sido, le pediría disculpas por ello y después se iría a dormir, como una buena chica. Eso era todo.

Por fin, reunió el valor suficiente para llamar a la puerta. Tres golpes, ninguna respuesta. Poché se quedó un buen rato pendiente, pero lo único que escuchó fue el ruido de las olas batiendo contra la cubierta del velero. Lo intentó de nuevo. Otros tres golpes, esta vez más tímidos, y de nuevo silencio. A lo mejor se había quedado dormida.

—Calle, ¿estás despierta? — susurró, manteniendo su tono de voz muy bajo. No quería que nadie se despertara, especialmente su madre, que dormía en uno de los camarotes contiguos. —¿Calle? Soy Poché. Necesito hablar contigo. Abre, por favor.

Nada. O bien estaba dormida o no deseaba hablar con ella. Cualquiera de las dos opciones era plausible. Poché barajó la posibilidad de girar el pomo de la puerta y entrar en el camarote sin haber sido invitada, pero esa idea resultaba demasiado lamentable, incluso para ella. Así que simplemente aceptó el revés tal y como vino, y puso rumbo a sus aposentos, un poco cabizbaja y preguntándose cómo iba a resolver aquel entuerto. Tan solo esperaba que esto no perjudicara de ninguna manera su relación con Sebas. La idea la hizo sentirse tan deprimida que sus hombros se hundieron cuando subió las escaleras que conducían a la cubierta.

Por fortuna, hacía una noche estupenda y la brisa fresca del mar redujo su mal humor casi de manera inmediata. El viento soplaba con fuerza, despeinando su melena, la noche estaba oscura y a lo lejos solo distinguía pequeños puntos amarillos como agujeros que alguien hubiera hecho con un alfiler en las casas de la bahía.

Poché se apoyó en la barandilla y suspiró con cansancio. Había sido una verdadera idiota jugando con fuego de aquella manera. Esa era una parte de su personalidad que nunca había logrado controlar y que le había metido en más de un problema. Aparentemente, ahora tenía otro que sumar a la lista.

Estaba tan absorta revolcándose en aquel lodo de autocompasión que solo advirtió la presencia de otra persona cuando giró la cabeza hacia un lado. La mujer tenía los pies cruzados en los tobillos y el viento ondeaba ligeramente su melena rubia. La luna iluminaba con sus tonos azulados el contorno de su figura, dándole a la escena un aire romántico, casi poético. La actriz se quedó de piedra al ver de quién se trataba.

—Hola, Poché.

Era Calle.

El Secreto De NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora