Capítulo 29

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— ¿Qué coño se supone que es esto?

El dedo índice de su publicista señaló, acusador, las revistas que momentos antes había dejado caer con furia sobre la mesa. Will se había presentado por sorpresa en el piso de Sebas. No estaba contento. De hecho, Poché nunca le había visto así. Lívido de rabia, el publicista barboteaba palabras ininteligibles y su rostro, al principio rojizo, estaba adquiriendo un alarmante tono azulado.

Marley y Poché intercambiaron una mirada de preocupación. Habían pasado la tarde juntas, y el día había sido muy agradable, pero esto acababa de ensombrecerlo por completo. Will estaba tan agitado que, si no era capaz de calmarse, Marley estaba segura de que iba a lamentar que Poché no contara entre sus electrodomésticos con un buen desfibrilador.

— ¿Y bien?— exigió saber el publicista.

—No sé, Will, a mí solo me parecen revistas— replicó Poché, apoyando los pies encima de ellas. Miró a su amiga. —¿Tú qué opinas, Marley? ¿No te parecen revistas?

Will resopló con furia.

—Poché, no te hagas la lista conmigo, que no estoy de humor para aguantar tonterías. ¿Qué ha sido ese numerito lésbico en la universidad, eh?

—Tranquilo, Will, relájate— intervino Marley. —Es solo una anécdota sobre una vieja novela erótica. ¿A quién le importa?

— ¿Sí? Una jodida anécdota, eso crees, ¿no? Entonces, ¿por qué cojones me ha llamado hoy un paparazzi diciéndome que tiene fotografías de Poché follándose a una mujer en el aparcamiento de un restaurante?— Clavó la mirada en Marley, moviendo las manos con desdén. —Bonita, no te lo tomes como algo personal, pero de veras me interesa una mierda tu jodida opinión.

—Pero a mí sí que me interesa— intervino Poché con firmeza, poniéndose en pie para encararse a él.

Will extendió los brazos en señal de protesta.

— ¡Vale, bien! Si se trata de que opinemos todos, te voy a decir a quién le importa. Para empezar, a todos esos niñatos que han convertido el tema en trending topic mundial en las dichosas redes sociales.— Elevó el tono hasta casi chillar para decir la última frase. —¡Y también al ejército de periodistas que lleva todo el día llamándome porque es el cochino cotilleo del día!

El asistente de Will, un muchacho joven y pusilánime, se acercó a él y le tendió un teléfono móvil.

—Es Maurine, de la Vanity Fair. Dice que es muy urgente.

— ¡Pues dile que llame más tarde, joder! ¡Estoy en medio de algo importante!— tronó Will. El publicista se encaró a Poché. Sus ojos eran los de un lunático, pero ella ni siquiera se inmutó. —Poché, llevo años cubriéndote el trasero para que los medios de comunicación no cuenten tus pequeños escarceos con todas tus amiguitas. Pero estás perdiendo el norte y, si no colaboras, no puedo ayudarte. ¿De veras es esto lo que quieres? ¿Acabar con tu carrera? ¿Tirarla a la basura después de todo este tiempo?

Poché cabeceó, conminándose a mantener la calma. Will estaba muy cerca de hacérsela perder.

—Will, no sé de qué me estás hablando. De verdad, no creo que sea tan grave.

— ¡Maldita sea, Poché! ¡Te estás tirando a una de tus profesoras! ¿Cómo pretendes mantener eso en secreto?

Los labios de Poché se convirtieron en una fina línea. Will estaba jugando con fuego y, si cruzaba la línea y volvía a faltarle al respeto a Calle, no estaba segura de poder mantener esa calma que pretendía.

—Incorrecto. No estoy tirándomela.

—Oh, cierto. Casi se me olvida. ¡Esta vez es amor!— exclamó él teatralmente, elevando los brazos como si esperara que el cielo se abriera en dos y un arcángel acudiera en su auxilio.

El Secreto De NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora