Capítulo 34. La verdad que ocultamos

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Las amargas palabras de Anthony resonaron en mi cabeza durante toda la noche. No lo arruinaría, no quería arruinarlo.

En la mañana, cuando al fin me había quedado dormida, me despertó una mujer gorda, de rostro y cabello rojo. Su nombre era Steva, mi sirvienta personal, era una mujer poco paciente, de mal carácter y con tendencia a responder con gruñidos. Me apresuró en todo, a vestir, desayunar, incluso en el baño.

Los días poco a poco se volvieron rutina y cada vez me sentía menos incomoda con ese estilo de vida de vestidos hechos a medidas, zapatitos de tacón bajo y laboriosos peinados por la mañana. La mayor parte del tiempo la pasaba dentro de mis aposentos bajo la vigilancia de Steva y de vez en cuando Anthony pasaba para ver mi progreso, del cual estaba muy satisfecho.

La cena era el único momento que dejaba mi habitación y la cual aprovechaba para mirar el comportamiento de Rux, era muy sofisticada, elegante y natural, sonreía y daba respuestas a la altura de la situación, siempre lucía y se conducía perfectamente y yo la imitaba, pero tarde poco en darme cuenta de que ella imitaba a mamá.

—Astarot —dijo Rux una tarde entrando a mis aposentos sin tocar la puerta, Steva hizo una pronunciada reverencia, la cual Rux ignoró— me preguntaba que hacías, yo estoy muy aburrida.

—Hola Rux —respondí —estoy por terminar de pintar —ese era mi nuevo pasatiempo aparte de mirar por la ventana— si quieres podemos almorzar juntas —Rux se paró detrás de mí observando la pintura.

—Eso es muy tétrico ¿quién es? —se alejó de mí y hurgo entre mis demás pinturas— wow quien quiera que sea aparece en muchas.

¿De qué estaba hablando? Todas mis pinturas eran paisajes de lugares donde había estado como Shanghái, la India, otros eran lugares que había visto en mis sueños como Chernóbil, el prado de flores. Pero ninguna persona.

—De que estas hablando ahí no hay nadie.

Coloqué las pinturas sobre la cama, pero yo seguía sin ver nada. Rux señalo un punto negro después otro y luego otro. Acerqué mi nariz al cuadro, hasta que distinguí una silueta, luego otra y otra, era la sombra de una mujer, de cabello largo y castaño, vestida de negro, la reconocí. Era la chica sombría.

Ella aparecía oculta en todos mis cuadros, en la diminuta ventana de un edificio de Shanghái, en el mercadillo de la India, detrás de unas guirnaldas en Verona, parada junto a un árbol en Chernóbil, pero menos en el prado porque toda la pintura del prado era su silueta.

—¿Qué significa esto?

—No lo sé —respondió Rux —tú dime ¿Quién es?

—Es una sirvienta de aquí, pero nunca me percate que la estuviera pintando. Ella es extraña, muy silenciosa y... rara.

—Aquí todos somos raros, Astarot, sólo mira al conde Cruach aun viste la ropa del siglo 19 y demonios, vivimos en las ruinas del castillo del abuelo ¿Dime si eso no es raro? La pregunta aquí es ¿por qué la pintas?

—No lo sé, fue algo inconsciente, supongo que me tiene intrigada y un poco preocupada, como te dije es una chica sombría y misteriosa.

—Tendrás que presentármela Astarot, a mí también me intriga tu musa.

—¿Entonces este es el castillo de tu abuelo? —en cuanto hice la pregunta Steva soltó un grito escandalizado y me fulminó con la mirada.

—¿Cómo se atReve a pReguntaR eso a la señoRita Ruxandra? Que gRosería, que falta de consideRación, que chica tan oRdinaria.

—Tranquilízate —dijo Rux desde la sala sin mirarla —puede ser un tema delicado para muchos, especialmente para tía, pero para mí no lo es, ni siquiera recuerdo al abuelo. Ahora deja de estar ahí como tonta y tráenos algo ligero para el almuerzo.

El Linaje Maldito: StellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora