Capítulo 4. El almacén

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—¿Pero qué demonios?

La habitación había quedado en ruinas, las paredes estaban ennegrecidas y cubiertas de moho, parte del techo estaba caído y el piso destrozado. Volví la vista al espejo. Un grito quedó ahogado en mi garganta, lo que estaba viendo parecía sacado de una película de terror, era una criatura mugrosa y pálida de muerte con partes calvas en la cabeza, los labios agrietados y los dientes podridos, miré detrás de mí, buscando a esa horrenda criatura, pero no había nadie más en el cuarto. Puse una mano en el cristal y la otra en mi cara.

Era mi reflejo.

—¿Pero qué... —dije acercándome más al espejo —Esto no puede ser real ¿Qué me sucede?

Salí a toda prisa del baño encontrando mi habitación en las mismas condiciones, los muebles estaban desechos, solo las sabanas parecían nuevas y limpias.

—Tranquilízate —me dije —esto debe ser una broma. No puede ser real.

Pero no podía engañarme a mí misma, algo raro ocurría y para ser una broma, era muy cruel. Tal vez algo me pasaba a mí, quizá estaba drogada. ¿Qué debía hacer? ¿Quedarme o salir a buscar ayuda?

Fuera de mi habitación, el pasillo estaba oscuro, las paredes derrumbadas y las ventanas tapadas con madera, además, no había bombillas sino vestigios de candelabros. Todo el hospital parecía abandonado desde hacía décadas.

Anduve a tientas por el pasillo en busca de ayuda, pero no vi a ninguna enfermera, ni un doctor o un paciente, no había ni un solo indicio de vida en todo el lugar. Al encontrar una puerta, la abrí e hizo un horrible chirrido, pero no encontré a nadie dentro, caminé un poco más y vi una sala llena de camas cubiertas con sábanas.

—Hola —dije mientras abría cuidadosamente la puerta —podrían ayudarme, algo me está pasando.

Me detuve, mi pulso se aceleró porque las sábanas cubrían de pies a cabeza a las personas, solo que ya no eran personas, eran cadáveres.

Salí corriendo sin saber a dónde ir, abrí cada puerta que encontré, buscando una salida, hasta que llegué a la última puerta del corredor. Mi sentido común me decía: "no abras, tonta, regresa" lo quise hacer, pero no sabía dónde estaba y esa podía ser la salida.

Giré la manija para abrir, pero estaba atorada, forcejeé y la empujé hasta que logré abrirla. No era ninguna salida, si no un gran almacén lleno de telarañas e impregnado de un fuerte olor a viejo. Estaba casi vacío a excepción de dos hileras de oxidadas camas de hospital y desechos médicos. Me dispuse a salir, pero cuando estaba a punto de dar la vuelta, escuché hablar a alguien.

Di un pasó más adentro y grité.

—¡¿Hay alguien aquí?!

Nadie contestó.

Creí que solo había sido mi imaginación, pero esta vez, un extraño sonido proveniente de adentro hizo eco en medio de la fuerte lluvia.

Había alguien ahí, estaba segura.

Entré sigilosamente para averiguar que era y no tarde en descubrir un extraño bulto moviéndose lentamente en una esquina, avancé un poco más, observando con atención la extraña figura, cuando repentinamente el bulto se separó en dos partes y una de las mitades gimió.

Fue entonces que noté que era un hombre de espaldas al suelo con una mujer montada encima de él. El hombre temblaba y respiraba ruidosamente, mientras la chica movía sus caderas hábilmente mientas jadeaba.

Al darme cuenta de lo que estaban haciendo di un paso atrás sintiendo como mis mejillas se ruborizaban.

Pensé en salir antes de que la pareja notara mi presencia, pero de repente, la chica se acercó al rostro del hombre y jaló su piel hacia tras, con tanta fuerza y velocidad que se escuchó como se rasgaba. El hombre lanzó un alarido de dolor y dejó caer su cabeza al suelo con los ojos desorbitados. Algo viscoso empezó a manar inmediatamente de su rostro, era sangre, el hombre estaba siendo devorado vivo.

El Linaje Maldito: StellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora