6. Soy tu prisionera

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Siento como los rayos de luz se filtran directo a mi rostro, me giro tratando de evitarlos, pero es inútil, suspiro resignada y abro los ojos. Al principio tardo un poco en acostumbrarme a la luz, cuando por fin lo consigo ahogo un grito ¡Esta no es mi habitación! ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegue aquí?

Me encontraba en una amplia habitación color ocre bordeada con columnas biseladas, los techos eran altos y justo en el centro colgaba un enorme candelabro de cristal, la puerta era de caoba decorada con retablos recubiertos de oro, junto a la cama se encontraba un pequeño tocador de cedro con un espejo. ¡Parecía él cuarto de una princesa! Del otro extremo de la habitación se encontraban dos puertas la primera conducía a un enorme armario repleto de vestidos, zapatos y collares, en la puerta contigua se encontraba un hermoso baño adornado con la más fina talavera, todo era tan bello y lujoso ¿Qué era este lugar?

De repente a lo lejos escuche el relinchido de caballos, seguido por el repiqueteo de ruedas, corrí a la venta a averiguar de quién se trataba, el carruaje se detuvo justo en la entrada de el bajo un elegante hombre de traje y sombrero de copa, en ello como si supiese que lo observaba volteó en mi dirección, me agache tratando de ocultarme pero nuestras miradas se encontraron y entonces me di cuenta ¡era él! aquel hombre de ojos miel, aquel hombre que me atormentaba y seguía en sueños, estaba ahí, frente a mí, me lleve las manos a la frente asustada, entonces alguien tocó a mí puerta.

Pegue un brinco sobresaltada, luego la puerta se abrió revelando a una chica de pelo ondulado, uno o dos años mayor, vestía un vestido de satén negro y un gorro blanco sobre su cabeza, nuestras miradas se encontraron. Observe sus ojos, eran realmente peculiares, de un claro ocre —Disculpe señorita lamento molestarla, pero el señor la espera en el jardín ¿Quiere que le ayude a alistarse?

—No quiero sonar grosera, pero ¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? 

—¡ Oh dios olvidé presentarme, qué maleducado de mi parte! Mi nombre es Janely soy su doncella

—¿Mi qué?

—Su doncella, asistente, mucama, dama de compañía llámeme como guste.

—Lo siento. No comprendo, además aún no me has dicho dónde estamos.

—Discutiremos esto más tarde, ahora debe arreglarse, al señor no le gusta que lo hagan esperar

—¿Quién es él?.—pregunte tratando de conseguir respuestas, Janely se limitó a negar.

—Hace muchas preguntas señorita, vamos, vamos.—me arrastró hasta al armario y comenzó a sacar varios vestidos, regreso al cuarto y corrió las cortinas me tendió un vestido de seda azul algo ajustado en la cintura y suelto en la parte baja, dude un momento pero ella insistió en que me apresurara, una vez que me calce el vestido Janely me ayudó a ajustar la cintilla, luego ató mi cabello en un moño alto y me tendió un par de zapatillas a juego, luego coloco un collar de perlas en mi cuello retrocedió, me observo y sonrió satisfecha

—Listo, quedó fabulosa.—me tendió la mano ayudándome a parar de la silla
—Ahora acompañarme la guiare hasta la terraza.

—Pero... Yo.

—Sin peros, vamos.

Dudé por un momento si seguirla o no, al final me decidí a hacerlo, no me gustaba admitirlo, pero aunque la acababa de conocer aquella chica me daba cierta confianza.

Atravesamos pasillo, tras pasillo, el lugar parecía un laberinto no entendía como ella podía andar sin titubear, después de mucha vuelta finalmente llegamos a la terraza, al hacerlo Janely hizo una reverencia y luego se retiró, yo me extrañe un poco por su gesto, pero no dije nada, voltee topándome de frente con aquel desconocido que tanto me asechaba, él hombre misterioso me miró y sonrió. —¡Te vez divina querida!

El Secreto De La Sangre RosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora