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19 de septiembre. San Francisco.


La primera mañana del primer día del tour no empezó bien.

Había decidido saltarse el desayuno e ignorar los insistentes quejidos con los que su estómago le había estado molestando desde que se desveló a las cinco de la madrugada.

Supo que no fue una buena idea cuando su cuerpo reaccionó a esa decisión unas horas más tarde, casi desplomándose en el suelo en su camino al restaurante del carísimo hotel en el que se alojaba.

Ni siquiera había sido su decisión ponerse frente a un rebosante plato de comida ese mediodía; si Mitch no se hubiera presentado en la puerta de su habitación para obligarle a acompañarle, no habría pisado el restaurante por decisión propia.

—Te prometo que no tengo más hambre —resopló, empujando lentamente su plato hacia el centro de la mesa. No había tomado más de diez bocados, y Mitch frunció el ceño —. Si como algo más, voy a vomitar —admitió, incapaz de mirar hacia la comida sin sentir como la fatiga se apoderaba de él.

—Dime al menos que anoche cenaste algo.

—Sí —asintió, pero Mitch le miró dubitativo —. Pedí algo al servicio de habitaciones, ¿de acuerdo?

Harry sabía que debía tomarse más en serio algunos aspectos de su vida, pero la realidad era que, desde hacía mucho tiempo, su mente solo tenía espacio para torturarle con todo lo que no tenía solución.

O quizás si tenía solución, pero era muy cobarde para dar el paso.

De camino al estadio su estado anímico no mejoró demasiado, pero durante sus largos años trabajando para la industria había aprendido a diferenciar al Harry real del Harry que debía dar la cara al público.

El Harry real quería volver a Londres, quería cancelar su tour y quedarse en casa hasta sentirse seguro consigo mismo.

El Harry que daba la cara al público había pisado el backstage del estadio con tanta fuerza y seguridad que consiguió hacer temblar los cimientos.

Se había parado a saludar a su equipo con una sonrisa en la cara que solo se desvaneció cuando se encerró en su camerino. Se dio cuenta de que el día iba a ser demasiado largo como para verse capaz de soportarlo.

Pero todos sus días iban a ser así, desde ahora, hasta el final de su tour, así que se dijo a sí mismo que se tenía que obligar a acostumbrarse a ello.

Tocaron su puerta justo cuando salió de la ducha y rápidamente supo de quién se trataba; no existía persona en el mundo capaz de tocar a su puerta y entrar sin permiso un segundo después además del mismísimo Richard Fowler.

Su representante, co-propietario de la mayor compañía de management que existía en la industria musical actual, y rey del cinismo.

—No sabía que estabas aquí —dijo Harry, mientras secaba su pelo bruscamente con una toalla limpia.

—No por mucho tiempo, no te preocupes —le respondió Fowler con indiferencia, recargando su peso en el picaporte de la puerta abierta —, venía a preguntarte sobre ayer, ¿te reuniste con tu abogada y tu asesor, verdad?

—Sí —dijo, tirando la toalla a una esquina de la habitación y estampándose contra el sofá de terciopelo oscuro con la intención de ponerse cómodo hasta que volvieran a requerir su presencia en algún lado. Rich le miró expectante a una respuesta —. Voy a vender mi casa en Jamaica —chasqueó su lengua, molesto —. No soluciona absolutamente nada, pero según Bruce, es el primer paso para salir del hoyo.

Fly me to the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora