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13 de noviembre, Kingston.

Harry no le había mentido a Louis.

Cuando le aseguró que no había tomado un solo gramo antes de beber ese shot de ginebra en aquel club de Milán, no le había mentido, porque lo hizo después.

Eran las cinco de la mañana cuando decidieron volver al hotel después de aquella noche de fiesta, y encerrado en su habitación a tales horas se dio cuenta de que no tenía excusas para drogarse esa vez; no estaba triste, y tampoco fue una decisión que tomó en un impulso de ansiedad porque ni siquiera se sentía mal consigo mismo. Simplemente quiso hacerlo.

Remplazó el efecto del alcohol que consumió esa noche por una dosis, y probablemente esa mezcla fue lo que le hizo mantenerse despierto durante el resto de la mañana. Estuvo despierto y drogado en silencio durante muchas horas, pero la sensación mereció la pena para él.

Realmente le gustaba hacerlo, aunque inevitablemente después se sintiera culpable, aunque tuviera que lidiar con sus obligaciones tras una noche entera de insomnio por haber preferido drogarse a dormir, aunque tuviera que soportar la abstinencia durante las siguientes horas.

Ya hacía tres días desde que su organismo había estado bajo los efectos de su vicio más destructivo, y mentiría si dijera que las ganas de volver a drogarse no le acompañaron desde entonces. La abstinencia en él aumentaba y decrecía según el momento, pero nunca había llegado al extremo de sentirse desesperado.

Hasta ahora.

Comenzó a sentirse peor apenas una hora después de que Louis y él abandonaran aquel piano y separasen sus caminos en habitaciones opuestas. El cansancio estaba matándole pero aun así no pudo dormir, y la frustración ante aquel insomnio le provocó un ataque de ansiedad que le estuvo presionando el pecho durante gran parte de la madrugada.

Si intentaba conciliar el sueño, su corazón le mantenía despierto con latidos retumbando en su cabeza, y si trataba de levantarse, el cansancio le obligaba a volver a sentarse en el borde de su cama dos segundos después para evitar caerse al suelo.

Su cuerpo le estaba pidiendo a gritos algo que Harry no quería darle ahora.

Lo que quería era pasar aquellos días en Jamaica sin que su adicción le arrebatara el ápice de felicidad que Louis le estaba regalando.

Y ahora, su mente estaba en un constante conflicto entre la necesidad de drogarse y las ganas de poder ser feliz sin depender de esa necesidad.

Mordió la almohada y tiró de las sábanas de su cama hasta el punto de deshacerlas, solo para contenerse de la necesidad que sentía por despertar a Louis y refugiarse en él. Probablemente no conseguiría que la abstinencia desapareciese mudándose a su habitación, pero no dudaba que podría pasarla con mayor calma si le tenía a su lado.

Aun así, quiso pasar por ello a solas, porque le daba vergüenza volver a comprometer a Louis en una situación como aquella.

Pero cuando esa mañana salió el sol en Jamaica, él seguía igual de jodido, igual de cansado e incapaz de seguir con su vida sin darle a su cuerpo lo que le estaba pidiendo.

Louis lo supo al instante en el que Harry reunió las fuerzas para dar la cara, arrastrándose hacia la cocina donde él estaba preparándose un té con normalidad hasta que llamó su atención al sentarse en la mesa central.

—¿Has dormido? —inquirió con evidente tono de sospecha, apoyando la taza en la mesa y esperando una respuesta.

—Haces preguntas muy obvias —respondió en un tono irritado.

Fly me to the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora