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20 de septiembre. Los Ángeles.


—¡Me da igual lo que digas y no me importa por qué lo has hecho, no puedes tomar decisiones como esas sin siquiera avisarme!

Su teléfono estaba apretado contra su oído con más fuerza de la necesaria, y aunque había dejado de llorar, la presión en su pecho seguía quemándole y aumentando a cada respuesta que recibía desde el otro lado de la línea.

—Louis, hijo, escúchame...

No sabía el paradero de su padre, pero había marcado su número ese mismo día y le había llamado sin importarle la zona horaria en la que se encontrara.

En Los Ángeles, sin embargo, eran las dos de la mañana. Louis estaba cansado, pero no lo suficiente como para poder dormir.

—¡No quiero escucharte! —prefería gritarle, dejarle claro lo que pensaba aquel hombre que de repente se había calificado como un buen padre —. ¡¿Quién te crees que eres para hablar de mis problemas en una entrevista?! ¡¿O para tan siquiera atreverte a aceptarla?!

—Soy tu padre—le había respondido Troy con calma, quebrando el corazón de Louis al saber que él tenía razón. Era su padre, y seguiría siéndolo por mucho que no quisiera—. Y has estado meses sin responder a mis llamadas. Meses, Louis. Cuando sabes que lo único que quiero es ayudarte y saber si estás bien.

—¡¿Y te parece que me has ayudado?! ¡¿Te parece que estoy bien después de haber leído todo lo que has contado sobre mi vida?!

—No he dicho nada que el mundo no sepa —espetó entonces. Louis apretó los dientes, quedándose sin palabras para responder —. Que te detuvieron por conducir borracho no era un secreto. Que tienes un problema con el alcohol tampoco lo es. Y que tu madre está enferma, Louis, por mucho que intentes evitar el tema, también va a seguir siendo una realidad mañana.

Louis se dejó caer en su carísimo sofá de dos mil dólares, con una mano sobre sus ojos y su mandíbula apretada en un intento de no volver a llorar.

—No tengo un problema con el alcohol —musitó entonces, frotando sus ojos con fuerza —. Un error lo tiene cualquiera.

—Me da igual que no quieras aceptarlo —respondió Troy —. Yo he estado en tu situación, y...

—Tú no has estado en mi situación porque yo nunca he sido como tú —espetó molesto, alzando su voz de nuevo —. Yo no tengo ningún problema con el maldito alcohol, simplemente soy una persona adulta, de veinticinco años, que salió tarde de una fiesta y cometió un error. Tú eras un alcohólico, y pongo la mano en el fuego a que lo sigues siendo.

—No hables sin pensar, Louis —le pidió su padre tras aquellas palabras —. Estás enfadado, y lo entiendo. Pero esta es la razón por la que concedí esa entrevista, porque sabía que me llamarías y necesitaba hablar contigo.

Louis soltó un gruñido de frustración.

—¿Necesitabas hablar conmigo? —inquirió con ironía —. ¿Veinticinco años sin actuar como padre y de repente necesitas saber de mi vida? Lo siento mucho, pero ya no me haces falta. Sé cuidarme por mi mismo.

—No me culpes si dudo —respondió Troy —. De todas maneras, lo único que quería que supieras es que he hablado con tu madre.

—¿Qué? —la sangre de Louis hirvió al escuchar esas palabras, negando con su cabeza instintivamente —. ¿Por qué? ¿Para qué? No tienes derecho de...

—Ha sido una conversación de un par de adultos preocupados por su hijo, ¿de acuerdo? —le interrumpió en un tono severo —. Yo la llamé después de tu maldita irresponsabilidad al volante para preguntarle cómo estaba. Y aunque no te lo creas, porque ella no te lo haya dicho nunca, está más preocupada por ti de lo que te hace saber. Así que deberías dejar de actuar como si tuvieras la vida controlada y darte cuenta de una vez de que tus acciones nos afectan a todos nosotros más de lo que crees.

Fly me to the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora