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11 de marzo, Basilea

Seis meses de plazo, una deuda con el estado que llegaba a los quinientos mil dólares, y una cuenta bancaria que no pasaba de los doscientos mil. El plazo acababa en menos de una semana, si no pagaba pronto, la multa que iba a caerle encima terminaría por llevarle al borde del suicidio, porque Harry no iba a tener dinero para pagarla.

Durante aquellos seis meses, su asesor financiero había estado con el agua al cuello, tratando de resolver sus desastres y solucionando una gran parte de ellos, pero no los suficientes. Seguía endeudado, no tanto como al principio, pero endeudado al fin y al cabo. Y sin dinero.

En ese momento, sentado frente a su portátil y observando su cuenta como si los números fueran a aumentar con tan solo mirarlos, se arrepintió como nunca de cada maldito capricho innecesario que se había permitido a lo largo de su vida.

Ni siquiera había estado más de dos veces en esa puta casa que se compró en Nueva Orleans, de los siete coches que había adquirido en apenas un año, tan solo había usado cuatro, y los señores de Gucci probablemente vivían de lujo a costa del dinero que se había dejado en cada tienda.

Aquel tour le había salvado, sus ingresos habían aumentado gracias a cada concierto y si solamente no hubiera descansado durante aquellos dos últimos meses, quizás ahora tendría el suficiente dinero como para pagar todo lo que debía.

Mientras leía el email en el que su asesor había valorado cada posibilidad que tenían para salir de aquel problema, notó como los brazos de Louis se deslizaban sobre sus hombros, abrazándole desde atrás. Él cruzó las manos sobre su pecho y posó su barbilla en la cabeza de Harry justo después de darle un beso en ella.

—Te van a multar —quiso sonar como una pregunta, pero no fue el caso.

—Ya sé que me van a multar —replicó Harry, resoplando para sí mismo. Una mano deslizándose por el ratón táctil y la otra subiendo hacia las manos de Louis en su pecho, acariciándolas con la punta de sus dedos.

—¿Por qué no intentas alargar el plazo?

Harry soltó una risa irónica.

—Ya lo hice —admitió, echando su cabeza hacia atrás y apoyándola sobre el pecho de Louis. Resopló —. No sé que voy a hacer, Louis. Pero no quiero verme en otro juicio por un delito fiscal.

—Bueno —Louis pareció pensarse lo que iba a decir, pero finalmente habló con seguridad —, yo puedo avalarte.

Harry miró hacia arriba con el ceño fruncido; Louis le miró de vuelta, batiendo sus pestañas expectante.

—¿Qué? —exhaló aire con cierta ironía —. No.

—¿Qué prefieres, Harry? ¿Deberme trescientos mil dólares a mí? ¿O deberle diez millones al estado? —cuestionó Louis —. Eso si tienes la suerte de que te declaren inocente y solo tengas que pagar la multa.

—No vas a avalarme, Louis —sentenció Harry —. Y no vamos a hablar de dinero. Todas las relaciones se joden cuando hay dinero de por medio.

—Entonces pide un préstamo.

Harry soltó una risa irónica.

—Ya he pedido un préstamo —replicó —. He pedido todo lo que se puede pedir para conseguir salir de esta. Si pido más tiempo, me van a mandar a la mierda, y si pido más préstamos, pues también.

—Pues no te queda otra más que aceptar que te avale.

Louis esbozó una fina sonrisa entre sus labios, tan imperceptible como amenazante. Una sonrisa que significaba que no iba a aceptar un no por respuesta.

Fly me to the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora