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5 de diciembre, Tokyo.

Richard Fowler había aterrizado en Japón la noche anterior a su visita a las instalaciones de una cadena de televisión japonesa en la que tenía concertada una entrevista.

Llevaba meses sin coincidir con él, estuvo un par de días rondando por el tour en sus primeros conciertos para controlar que todo comenzaba con el pie derecho, y después se había retirado a resolver más asuntos en otras partes del mundo.

Solía volver presentarse en su vida cada vez que tenía programada alguna conferencia, evento o entrevista importante, pero a Harry no le gustaba tenerle a su alrededor y le daba igual si se quedaba un par de días o un par de horas, su presencia le tensaba más que la de cualquier otra persona.

El pésimo humor que Louis había estado teniendo esos últimos días se había disipado por completo, pero ahora era Harry quien no quería que nadie le tocase, le mirase o le respirase a menos de un metro de distancia.

Pero Louis era Louis. Y si él le respiraba sobre sus labios su opinión respecto al espacio personal cambiaba un poco. Por eso ahora estaban así, mirándose a poca distancia con sus respiraciones chocando entre ellas y muy pocas ganas de levantarse del lado del otro en la cama de aquel hotel.

—Es la primera entrevista que concedo desde que empezó el tour —musitó Harry con cierto tono de agobio —. De eso hace ya tres meses, y han pasado muchas cosas desde entonces. Me van a matar a preguntas que no voy a querer responder.

Louis estaba boca abajo, su mejilla apoyada sobre su brazo flexionado y sus pestañas balanceándose lentamente cada vez que su mirada viajaba de los labios a los ojos de Harry, quien estaba distrayéndose acariciando la espalda desnuda de Louis con la punta de sus dedos.

—Asegúrate de dejar claro lo que no quieres que te pregunten —ambos estaban tan cerca el uno del otro que podían relacionarse a través de susurros.

Harry dejó escapar una risa irónica sobre la boca de Louis.

—Pareces nuevo en esto —se burló —. Dejar claras las preguntas nunca sirve para nada, los entrevistadores terminan preguntando lo que quieren de todas formas.

Louis se mantuvo en silencio durante unos segundos en los que Harry creyó que iba a darle algún consejo, pero él solo esbozó una sonrisita fuera de contexto y una de sus manos subió a su cara, apretando sus mejillas hasta hacerle fruncir los labios.

—Estás muy guapo.

Harry trató de rodar sus ojos, pero se le escapó una risa estúpida. Louis acarició sus labios con su pulgar y Harry dejó un beso en él.

—¿Qué pasa si me preguntan sobre la canción? —cuestionó Harry, mientras que las caricias de Louis pasaban ahora a su cuello y tenía que hacer un esfuerzo por no cerrar los ojos.

—Pues que el mundo va a seguir girando —simplificó él.

—Louis —se quejó Harry en un tono exasperado —. Si te estoy preguntando es para que me digas qué quieres que responda.

—Diles que te la ofrecí —respondió Louis —, diles que... la descarté de mi álbum, escuchaste la demo y decidí cedértela porque te gustó. O diles lo que quieras, el mundo va a seguir ardiendo porque por más explicaciones que intentes dar, la canción no va a dejar de estar a nombre de los dos.

—Pero hay una diferencia muy grande entre decir que la escribiste para mí y decir que me regalaste las sobras de tu trabajo —le dijo —. Aunque si fuera por mi, explicaría con todo lujo de detalles como fue el proceso de composición en Jamaica, pero... —dejó la frase inacabada, soltando un suspiro de repentina frustración —... Debería ser ilegal tenerte en mi cama todas las noches y no poder presumirlo.

Fly me to the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora